Falacia neocomunista 1: ‘El capitalismo aumenta la desigualdad y sólo genera riqueza para unos pocos

Son pocos los que en la actualidad reivindican el Comunismo. Lo reconozcan o no públicamente, saben de las atrocidades de Lenin y de Stalin para imponer a sangre y fuego aquel sistema nuevo que debía liberar a las personas del yugo capitalista.

 

Aunque se mire para otro lado, tampoco se les escapa el fracaso de Cuba, de Venezuela, de Corea del Norte y de todas aquellas experiencias que han intentado aplicar la teoría comunista. Quien haya leído a Mises y su Socialismo, entenderá porque no podía funcionar de ninguna manera.

Ante el estrepitoso fracaso del sistema, el viejo comunismo se vio obligado a dispersarse. Con los años se ha reinventado y en la actualidad podemos identificarlo agazapado en discursos de defensa acérrima de lo común, de lo público, o bien aprovechando el momentum del ecologismo o de otras corrientes de corte altermundista o decrecentista.

 

No existe como antaño una organización neocomunista a la que seguir fanáticamente, sin embargo, sigue entre ellos una persistente convicción anticapitalista, que mantiene vivo el prejuicio perpetuo a la economía de libre mercado, considerada sin ningún tipo de dudas, la causante de casi todos los males existentes en la Tierra.

 

Pese a la transmutación del viejo comunismo, convertido ahora en una suerte de neocomunismo, perviven fuertemente interiorizadas las mismas falacias que condujeron a la terrible experiencia soviética, fruto de cierta amnesia histórica y de cierta incapacidad colectiva de reconocer y valorar las mejoras que la economía de mercado ha facilitado.

 

Una de las falacias más recurrentes es la que señala que el capitalismo solo aumenta las desigualdades y que sólo sirve a unos pocos.

 

Puesto que, según la mentalidad neocomunista, el capitalismo solo aporta riqueza a unos núcleos del centro del sistema, nunca al conjunto de la población, las condiciones de vida estarían empeorando cada semana, cada mes, cada año. Así, por ejemplo, el salario ya no cubre las necesidades básicas de gran parte de la población trabajadora en una situación que solo empeorará merced a la globalización, que permite al Capital disponer de un ejército de reserva (desocupados) con lo que contratar por debajo de su “coste real”.

 

El neocomunismo, como el viejo, considera que existe un valor “objetivo” para cada cosa, de modo que todo el edificio ideológico se sostiene en un error fundamental: la teoría del valor trabajo, el tiempo socialmente necesario que tiene cada producto que cubre las necesidades básicas.

‘El Antiguo Régimen sí protegía a los ricos, a la aristocracia, estancando la innovación, la creatividad empresarial, tal y como hacen las economías dirigidas y los estados intervencionistas’

Ludwig Von Mises y su obra Socialismo, que sentó las bases para la refutación racional de la práctica comunista en la Unión Soviética. 
 
Como concepto sociológico puede ser interesante preguntarse lo que la sociedad considera acerca del tiempo y el valor razonable para producir cada cosa, pero si aterrizamos y nos centramos en lo económico, es decir en el estudio de la asignación de los recursos escasos en sus diferentes alternativas de uso, rápidamente llegaremos a la conclusión que ninguna persona o grupo de personas tiene las facultades “divinas” necesarias para establecer el precio “justo” de cada producto.

 

Por ello, el control y el cálculo económico comunista es imposible, tal y como Mises prontamente advirtió. No escucharon, aunque finalmente ya en 1990, prestigiosos economistas socialistas como Robert Heilbroner tuvieron la honestidad intelectual para explicitar que “Mises tenía razón”.

 

Dada la imposibilidad, la propuesta comunista acaba siendo, tal y como la historia y el presente muestran, la menos común posible, la más elitista. Y, contrariamente, lo más razonable y común es el sistema de precios, la base del capitalismo, de la economía de libre mercado, donde millones de interacciones actúan cada segundo estableciendo las prioridades, las preferencias de cada producto, sin que nadie nos controle ni nos diga qué debemos o no comprar.

 

Los resultado están ahí. Más allá de dogmatismos, a nadie se le puede escapar que desde la Revolución Industrial el crecimiento ha sido continuo, que la pobreza en el mundo decrece y aunque la población mundial ha seguido aumentando desde entonces, nunca antes como hoy, a lo largo de la historia de la humanidad, tanta gente había logrado superar la infancia y llegar a la vida adulta.

 

“Una economía crece si consigue ordenar mejor los factores de producción, si consigue asignar a un determinado recurso la función en la que consigue los mejores resultados, obviamente en las condiciones dadas. Hace dos siglos, la economía mundial estaba al nivel actual de Bangladesh. […] En 1800 un ser humano medio vivía —y podía esperar que sus hijos, nietos y bisnietos vivieran— con el equivalente a apenas tres dólares al día, dólar arriba, dólar abajo. Se trata de un dato expresado en términos de precios corrientes en Estados Unidos, corregidos para compensar el coste de la vida. Y es aterrador.”

 

Son muchos los datos que evidencian la riqueza generada con el capitalismo, incluso en los países más pobres, aún cuando pueda existir desigualdad. Al fin y al cabo, existe mayor desigualdad entre dos salarios de 3000 y de 1800 que entre dos salarios de 310 y 300 Euros. Más que la desigualdad, lo relevante debe ser combatir pobreza.

Supermercado en Moscú el 20 de diciembre de 1990, un año antes de la desaparición de la Unión Soviética (foto de Shepard Sherbell)
 

Al fin y al cabo, suele existir mayor desigualdad en los países más prósperos, cuando existe más libertad económica, mayor inversión. Lo que necesita, por ejemplo, un continente como el africano, tan pobre y tan rico a la vez en recursos naturales, no son transferencias directas sino fortalecer sus instituciones, promover su buena gobernanza y la apertura comercial. No se trata de recursos naturales, de climas ni de etnias, se trata de mayor o menor libertad para desarrollar la creatividad empresarial y poderse apropiar de sus frutos sin temor a injerencias de ningún tipo, ni sociales ni estatales.

Sin embargo, pese a las razones expuestas, ante la pregunta de cómo ha evolucionado la tasa de pobreza en el mundo en los últimos veinte años, un grueso de la población contesta que esta se ha duplicado cuando, en realidad, casi se ha reducido a la mitad. Ello es una prueba más que las personas percibimos la realidad que nos rodea de manera equivocada de forma sistemática, en parte es debido a que el grueso de información que recibimos nos suele llegar sesgada: por ejemplo, lo malo siempre es más morboso e interesante que lo bueno.

Habrá pues que insistir que el Antiguo Régimen sí protegía a los ricos, a la aristocracia, estancando la innovación, la creatividad empresarial, tal y como hacen las economías dirigidas y los estados intervencionistas. Habrá que redoblar los esfuerzos para demostrar que solo la economía de libre mercado facilita que cada cual pueda salir adelante, con ideas, esfuerzo, talento y ahorro; que el capitalismo de libre mercado es, en definitiva, la estrategia más efectiva para aliviar a la condición humana y sacar a la gente de la pobreza, que lejos de generarla para unos pocos, genera riqueza y oportunidades para todos.

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