Tecnología y desigualdad
No entramos a considerar que el mecanismo de decisión colectiva y la eficiencia asignativa del sector público está lejos de ser perfecta y presenta también importantes fallos. Aceptamos que el mercado, a pesar de crear una enorme cantidad de bienes y servicios, genera una distribución desigual de la renta. Por lo general, cualquier desarrollo o avance histórico, económico o social, nos aleja de la igualdad material. Es en los estadios más primitivos de la humanidad donde mayor igualdad ha existido y, por supuesto, siempre con el denominador común de la pobreza más extrema y las condiciones de vida más duras y extremas. A medida que la acción humana logra controlar el entorno natural y mejorar el nivel de vida, las desigualdades aparecen irremediablemente.
Una de las manifestaciones del dinamismo mercantil es el continuo progreso tecnológico. En ocasiones, la tecnología incrementa o agrava las desigualdades. Por ejemplo, cuando el progreso técnico se dirige esencialmente a aumentar la productividad de los trabajadores cualificados y a desplazar o sustituir a los trabajadores no cualificados. La automatización de un proceso productivo permite prescindir de muchos obreros que únicamente aportaban fuerza física, y sustituirlos por varios trabajadores cualificados, como los informáticos y los ingenieros, especializados en diseñar, programar, operar y reparar estos procesos mecanizados. Por esta vía, el sueldo del personal no calificado se estanca, mientras que el del personal cualificado incrementa.
‘Es en los estadios más primitivos de la humanidad donde mayor igualdad ha existido y, por supuesto, siempre con el denominador común de la pobreza más extrema y las condiciones de vida más duras y extremas’
El resultado, por tanto, es una mayor desigualdad salarial entre unos y otros por efecto de la mano invisible del mercado. Muchos argumentan que para contrarrestar esta tendencia es necesaria la intervención del sector público con mayor gasto social. Las cifras de gasto público sobre PIB, comparando las de 1980 y 2020, dan fe de la fuerte dinámica expansiva del Estado: del 46,1% al 61,5% en Francia, del 34,9% al 47 ,66% en EE.UU., del 24% al 59,7% en Grecia, y del 31,1% al 51,9% en España. Las cifras son contundentes y, en el caso europeo, se pueden consultar en la web del eurostat.
No siempre los avances tecnológicos del capitalismo contribuyen a incrementar sus desigualdades. Si la tecnología sustituye a los trabajadores calificados por robots inteligentes o máquinas con inteligencia artificial, en lugar de mayor desigualdad salarial tendremos mayor igualdad. Con los últimos progresos de la llamada cuarta revolución industrial, no está claro que algunas de las habilidades mentales de los humanos no puedan ser copiadas y mejoradas por máquinas.
Algunas aplicaciones van más allá del simple “copiar y pegar” y responden razonablemente a cuestiones complejas, hasta ahora reservadas a un círculo cerrado de expertos. El caso del club de fútbol británico Brentford es un ejemplo de cómo un equipo cargado de deudas se convierte en una máquina de hacer dinero. La política ruinosa de fichajes de algunos clubs, hasta situarlos cerca de la quiebra, podría superarse con una correcta gestión del Big Data. Decidir por qué lado lanzar el penalti o dejar las alineaciones de un partido, en la decisión de una máquina, puede superar las habilidades de un técnico experimentado.
El superordenador Deep Blue ya derrotó al campeón del mundo de ajedrez Garry Kasparov en 1997. La inteligencia artificial tiene potencial para sustituir a profesionales cualificados, pudiendo llegar a generar algún día tesis doctorales, libros monográficos o documentales especializados. No siempre el progreso tecnológico del mercado incrementa la desigualdad, ni la mano visible del Estado la disminuye.
Profesor en UManresa (UVic-UCC) y autor del libro Economía, para Bachillerato.