Mises Barcelona

Por qué no soy comunista, de Bertrand Russell

Hay dos preguntas que deben plantearse en relación con cualquier doctrina política:

(1) ¿Son verdaderos sus principios teóricos?

(2) ¿Es probable que su implementación práctica incremente la felicidad humana?

Por mi parte, creo que los principios teóricos del comunismo son falsos, y que sus máximas prácticas son tales que producen un incuantificable incremento de la miseria humana.

Las doctrinas teóricas del comunismo provienen, en su gran mayoría, de Marx. Mis objeciones a Marx son de dos tipos: primero, que poseía una mente confusa; segundo, que su pensamiento estaba casi enteramente inspirado por el odio. A la doctrina de la plusvalía, que supuestamente demuestra la explotación de los asalariados en el capitalismo, se llega por medio de (a) la aceptación subrepticia de la doctrina de la población de Malthus, que Marx y todos sus discípulos explícitamente repudian, y (b) la aplicación de la teoría ricardiana del valor a los salarios, pero no a los precios de los artículos manufacturados. Marx está enteramente satisfecho con el resultado, no porque el resultado concuerde con los hechos o sea lógicamente coherente, sino porque está diseñado para enfurecer a los asalariados.

 

La doctrina marxista, según la cual todos los eventos históricos han sido motivados por conflictos de clase, es una precipitada y falsa extensión a la historia mundial de ciertas características prominentes en Francia e Inglaterra hace cien años atrás. Su creencia en la existencia de una fuerza cósmica llamada «Materialismo Dialéctico» y que gobierna la historia humana independiente de la voluntad humana es mera mitología. Los errores teóricos de Marx, sin embargo, no habrían importado tanto si no fuese por el hecho de que, al igual que Tertuliano y Carlyle, su mayor deseo era ver que sus enemigos fuesen castigados, importándole poco lo que ocurriese a sus amigos en el proceso.

 

La doctrina de Marx era bastante mala, pero los desarrollos que experimentó con Lenin y Stalin la hicieron mucho peor. Marx había enseñado que, luego de la victoria del proletariado en una guerra civil, habría un período revolucionario transitorio y que, durante este período, el proletariado, según es la práctica usual luego de una guerra civil, privaría del poder político a sus enemigos derrotados. Este período habría de ser el de la dictadura del proletariado. No debiese olvidarse que, en la visión profética de Marx, la victoria del proletariado tendría que llegar una vez que éste hubiese crecido hasta convertirse en la vasta mayoría de la población. La victoria del proletariado, por tanto, según la concibe Marx, no era esencialmente antidemocrática. En la Rusia de 1917, sin embargo, el proletariado constituía un pequeño porcentaje de la población; la gran mayoría eran campesinos. Se decretó que el partido Bolchevique era el sector del proletariado con conciencia de clase, y que el pequeño comité de sus líderes era el sector del partido Bolchevique con conciencia de clase. La dictadura del proletariado se convirtió, así, en la dictadura de un pequeño comité y, en último término, de un solo hombre: Stalin. En tanto único proletario con conciencia de clase, Stalin condenó a millones de campesinos a la muerte por inanición, y a millones de otros a trabajo forzado en campos de concentración. Fue incluso tan lejos como para decretar que las leyes de la herencia debían en adelante ser diferentes a lo que solían ser, y que el plasma germinal debía obedecer a los decretos soviéticos y no, en cambio, a ese monje reaccionario, Mendel.

‘Creo que los principios teóricos del comunismo son falsos, y que sus máximas prácticas son tales que producen un incuantificable incremento de la miseria humana’

Bertrand Russell, Premio Nobel de Literatura 1950.
 
No logro comprender cómo llegó a ocurrir que algunas personas inteligentes y humanas pudiesen encontrar algo que admirar en el vasto campo de esclavitud producido por Stalin. Siempre he estado en desacuerdo con Marx. Mi primera crítica hostil hacia él fue publicada en 1896. Pero mis objeciones al comunismo moderno calan más hondo que mis objeciones a Marx. Es el abandono de la democracia lo que considero especialmente desastroso. Una minoría que hace descansar su poder en las acciones de una policía secreta necesariamente será cruel, opresiva y oscurantista. Los peligros del poder irresponsable fueron generalmente reconocidos durante los siglos dieciocho y diecinueve, pero aquellos que han sido encandilados por los logros aparentes de la Unión Soviética han olvidado todo aquello que fue dolorosamente aprendido durante el tiempo de la monarquía absoluta y, bajo el influjo de la curiosa ilusión de que se encontraban a la vanguardia del progreso, han retrocedido a lo peor de la Edad Media.
 
Hay signos de que, con el tiempo, el régimen soviético se volverá más liberal. Pero, aunque esto sea posible, está lejos de ser seguro. En el intertanto, todos aquellos que valoran no sólo el arte y la ciencia, sino el abastecimiento suficiente de pan y el estar libres del temor de que una palabra descuidada emitida por sus hijos frente al profesor pueda condenarlos a trabajo forzado en el yermo siberiano, deben hacer lo que esté en su poder para preservar en sus propios países una forma de vida menos servil y más próspera.

Hay quienes, oprimidos por los males del comunismo, son llevados a la conclusión de que la única manera efectiva de combatir estos males es mediante una guerra mundial. Creo que esto es un error. Puede que, en cierto momento, una política tal haya sido posible; pero ahora la guerra se ha vuelto tan terrible y el comunismo se ha convertido en algo tan poderoso que nadie puede asegurar qué quedaría luego de una guerra mundial; y, lo que sea que quede, probablemente será al menos tan malo como el comunismo actual. Este pronóstico no depende de qué lado resulte nominalmente victorioso, si es que alguno resultara. Depende exclusivamente de los inevitables efectos de una destrucción masiva por medio de bombas de hidrógeno y cobalto, y, quizás, de plagas ingeniosamente propagadas.

La forma de combatir el comunismo no es la guerra. Lo que se necesita, además de armamentos tales que logren disuadir a los comunistas de atacar Occidente, es una disminución de las bases del malestar en los lugares menos prósperos del mundo no comunista. En la mayoría de los países de Asia existe una pobreza abyecta que Occidente debe alivianar tanto como esté en su poder. Existe también una gran amargura causada por siglos de insolente dominio europeo en Asia. Con esto debe lidiarse a través de la combinación de un paciente tacto con claras declaraciones de renuncia a reliquias de dominación blanca tales como las que subsisten en Asia. El comunismo es una doctrina que se alimenta de pobreza, odio y lucha. Su propagación sólo puede ser detenida mediante la disminución del área en que existen la pobreza y el odio.

 

Bertrand Russell

The Basic Writings of Bertrand Russell (2009)

Premio Nobel de Literatura en 1950

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