Por qué no soy comunista, de Bertrand Russell
Hay dos preguntas que deben plantearse en relación con cualquier doctrina política:
(1) ¿Son verdaderos sus principios teóricos?
(2) ¿Es probable que su implementación práctica incremente la felicidad humana?
Por mi parte, creo que los principios teóricos del comunismo son falsos, y que sus máximas prácticas son tales que producen un incuantificable incremento de la miseria humana.
La doctrina marxista, según la cual todos los eventos históricos han sido motivados por conflictos de clase, es una precipitada y falsa extensión a la historia mundial de ciertas características prominentes en Francia e Inglaterra hace cien años atrás. Su creencia en la existencia de una fuerza cósmica llamada «Materialismo Dialéctico» y que gobierna la historia humana independiente de la voluntad humana es mera mitología. Los errores teóricos de Marx, sin embargo, no habrían importado tanto si no fuese por el hecho de que, al igual que Tertuliano y Carlyle, su mayor deseo era ver que sus enemigos fuesen castigados, importándole poco lo que ocurriese a sus amigos en el proceso.
La doctrina de Marx era bastante mala, pero los desarrollos que experimentó con Lenin y Stalin la hicieron mucho peor. Marx había enseñado que, luego de la victoria del proletariado en una guerra civil, habría un período revolucionario transitorio y que, durante este período, el proletariado, según es la práctica usual luego de una guerra civil, privaría del poder político a sus enemigos derrotados. Este período habría de ser el de la dictadura del proletariado. No debiese olvidarse que, en la visión profética de Marx, la victoria del proletariado tendría que llegar una vez que éste hubiese crecido hasta convertirse en la vasta mayoría de la población. La victoria del proletariado, por tanto, según la concibe Marx, no era esencialmente antidemocrática. En la Rusia de 1917, sin embargo, el proletariado constituía un pequeño porcentaje de la población; la gran mayoría eran campesinos. Se decretó que el partido Bolchevique era el sector del proletariado con conciencia de clase, y que el pequeño comité de sus líderes era el sector del partido Bolchevique con conciencia de clase. La dictadura del proletariado se convirtió, así, en la dictadura de un pequeño comité y, en último término, de un solo hombre: Stalin. En tanto único proletario con conciencia de clase, Stalin condenó a millones de campesinos a la muerte por inanición, y a millones de otros a trabajo forzado en campos de concentración. Fue incluso tan lejos como para decretar que las leyes de la herencia debían en adelante ser diferentes a lo que solían ser, y que el plasma germinal debía obedecer a los decretos soviéticos y no, en cambio, a ese monje reaccionario, Mendel.
‘Creo que los principios teóricos del comunismo son falsos, y que sus máximas prácticas son tales que producen un incuantificable incremento de la miseria humana’
Hay quienes, oprimidos por los males del comunismo, son llevados a la conclusión de que la única manera efectiva de combatir estos males es mediante una guerra mundial. Creo que esto es un error. Puede que, en cierto momento, una política tal haya sido posible; pero ahora la guerra se ha vuelto tan terrible y el comunismo se ha convertido en algo tan poderoso que nadie puede asegurar qué quedaría luego de una guerra mundial; y, lo que sea que quede, probablemente será al menos tan malo como el comunismo actual. Este pronóstico no depende de qué lado resulte nominalmente victorioso, si es que alguno resultara. Depende exclusivamente de los inevitables efectos de una destrucción masiva por medio de bombas de hidrógeno y cobalto, y, quizás, de plagas ingeniosamente propagadas.
La forma de combatir el comunismo no es la guerra. Lo que se necesita, además de armamentos tales que logren disuadir a los comunistas de atacar Occidente, es una disminución de las bases del malestar en los lugares menos prósperos del mundo no comunista. En la mayoría de los países de Asia existe una pobreza abyecta que Occidente debe alivianar tanto como esté en su poder. Existe también una gran amargura causada por siglos de insolente dominio europeo en Asia. Con esto debe lidiarse a través de la combinación de un paciente tacto con claras declaraciones de renuncia a reliquias de dominación blanca tales como las que subsisten en Asia. El comunismo es una doctrina que se alimenta de pobreza, odio y lucha. Su propagación sólo puede ser detenida mediante la disminución del área en que existen la pobreza y el odio.
Bertrand Russell
The Basic Writings of Bertrand Russell (2009)
Premio Nobel de Literatura en 1950