Rusia, vista por Mises

El ciudadano que con su propio trabajo forma parte pacíficamente de la sociedad y es útil a sí mismo y al prójimo, se halla también expuesto constantemente a las amenazas del ladrón, del individuo tendencialmente inclinado no al trabajo sino a la apropiación violenta del producto del trabajo ajeno.

Durante siglos el mundo ha tenido que sufrir el yugo de los conquistadores y de los feudatarios que consideraban totalmente natural vivir disipando los frutos del trabajo ajeno. La evolución de la humanidad hacia una intensificación de las relaciones sociales, y a un aumento de su grado de civilización, permitió en primer lugar reducir la influencia espiritual y material de las castas militares y feudales que querían dominar el mundo, y sustituir el ideal del señor por el ideal del ciudadano.

No es que haya conseguido derrotar completamente al ideal militarista que exalta solo al guerrero y desprecia al trabajo. En todos los países existen aún individuos en los que la cultura está internamente empapada de la mentalidad típica del periodo militarista; y existen países en los que periódicamente reaparecen, hasta hacerse dominantes, los instintos predatorios y violentos que se creía estaban desde hacía tiempo superados. Pero, en conjunto, se puede decir que en Europa y en América la mentalidad que Herbert Spencer llamó militarista ha sido sustituida por la mentalidad que él define como industrial. Hay un solo gran pueblo que hoy sigue aferrado firmemente al ideal militarista: el pueblo ruso.

Es claro también existen en el pueblo ruso elementos que rechazan la mentalidad dominante en el resto del pueblo, pero por desgracia nunca han sabido destacarse entre sus conciudadanos. Desde que Rusia está en condiciones de ejercer una influencia sobre la política europea, ha adoptado progresivamente frente Europa la postura del predador que espera la ocasión para saltar sobre la presa y apoderarse de ella. Los zares rusos nunca reconocieron más límite a la expansión de su imperio que el dictado por una razón de fuerza mayor. E idéntica es la posición de los bolcheviques respecto al problema de la expansión territorial del dominio ruso.

‘Pero más peligrosas que las bayonetas y que los cañones se han revelado las armas ideológicas’

El liberalismo se basa enteramente en la ciencia, y su política no es sino la aplicación de datos científicos. Por ello debe evitar el uso de juicios de valor no científicos. Los juicios de valor están fuera de la ciencia y son siempre puramente subjetivos. Es, pues, impropio clasificar los pueblos sobre la base de su valor, y hablar por tanto de pueblos superiores e inferiores. Por tanto, también el problema de si los rusos son o no un pueblo inferior excede completamente nuestro análisis. Nosotros no afirmamos que lo sean. Decimos tan solo que “no quieren” tomar parte en la cooperación social entre los hombres. Respecto a la sociedad de los individuos y de los pueblos, aparecen como un pueblo que no se preocupa sino de disipar lo que otros han acumulado. Un pueblo en el que sobreviven los ideales de Dostoievski, de Tolstoi y de Lenin es incapaz de generar un vínculo social, no puede vivir en paz con el mundo; tiene que recaer en la condición de absoluta barbarie. La naturaleza, que ha dotado a Rusia de tierras fértiles y de inmensas riquezas mineras, la ha convertido en un país mucho más rico que Estados Unidos. Si los rusos hubieran desarrollado una política capitalista, como los americanos, hoy serían el pueblo más rico del mundo. El despotismo, el imperialismo y el bolchevismo le han convertido, en cambio, en el pueblo más pobre. Y ahora van por todo el mundo en busca de capitales y de créditos.

Rusia, vista por Mises

Cuando se reconoce todo esto, la consecuencia neta que se deduce y que debe servir de línea de discriminación de la política de los pueblos civilizados respecto a Rusia es la siguiente: dejar que los rusos sean rusos, dejar que en su país hagan lo que quieran, pero no permitáis que salgan de sus fronteras para destruir la civilización europea. Naturalmente, eso no equivale en absoluto a proponer que se prohíba la importación y la traducción de los escritos rusos. Que los neuróticos se diviertan cuanto quieran; las personas sanas, en todo caso, los evitaran. Desde luego, esto tampoco significa prohibir a los rusos que emprendan viajes de propaganda por el mundo y que derramen sus rublos para corromper así como en otro tiempo hicieron los zares. Si la civilización moderna no estuviera en condiciones de defenderse de las asechanzas de los corrompidos, estaría definitivamente sentenciada. Obviamente, esto significa todavía menos impedir a los europeos y a los americanos viajar a Rusia, si es que les apetece. Pero en tal caso les invitamos a mantener los ojos bien abiertos y a observar atentamente, por su cuenta y riesgo, el país de los exterminios en masa y de la miseria de las masas. Tampoco esto significa, finalmente, impedir que los capitalistas que concedan préstamos a los soviets o invertir en Rusia. Si son tan locos que esperan que un día volverán a ver su dinero, allá ellos.

Pero atención: los gobiernos de Europa y de América deben dejar de favorecer el destruccionismo soviético, concediendo premios a quienes exportan a la Rusia soviética y subvencionando así el sovietismo ruso. Y esperemos que dejen de hacer propaganda a favor de la emigración de mano de obra y la exportación de capitales a la Rusia soviética.

Si luego el pueblo ruso quiere o no quiere dar la espalda al sistema soviético, es asunto suyo en uno y otro caso. Hoy el peligro para el mundo no viene ya de la tierra del látigo y los carceleros. A pesar de todas sus veleidades belicosas y destructivas, los rusos no son capaces de amenazar seriamente la paz en Europa. Por tanto, dejémoslos libres de hacer lo que quieran. Lo que en todo caso hay que impedir absolutamente es que la política destruccionista de los soviets sea subvencionada y fomentada por nosotros.

 

EXTRACTO DEL CAPÍTULO 3 ‘LA POLÍTICA LIBERAL’

LIBERALISMO (1927)

LUDWIG VON MISES

COMPARTIR EN