Anticapitalismo de izquierda y de derecha

Se les suele situar a ambos extremos de la izquierda y de la derecha, y a priori parecería que son las expresiones ideológicas más contrapuestas del espectro ideológico. Ambos parecen disponer de una idea diáfana del bien común, aunque su bien común excluiría al del otro si pudiera llegar a materializarse. Pese a ello, paradójicamente, encontramos tantas similitudes en ellos que podríamos bien considerarlos dos caras de una misma moneda.

Ambos por ejemplo, tienen la mirada puesta en el retrovisor, en un tiempo pasado idealizado que el liberalismo, el individualismo y el capitalismo se encargaron de destruir. Para uno de ellos, ese tiempo perdido era ejemplo de orden, de identidad, de buenas costumbres y caballerosidad; para el otro, el pasado era harmonioso, igualitario e infinito en riqueza, asemejándose a la felicidad que desprende el valle de los hobbits de Tolkien.

 

Ambos anticapitalismos sitúan al liberalismo y al capitalismo en el centro de la diana de sus críticas y los consideran el mal a combatir, porqué a partir de ellos se gestó el sistema dominante que tanto nos oprime. No en vano, ambos consideran que el liberalismo abrió la puerta a la individualidad y al desarrollo del proyecto personal, y lejos de celebrar lo que ello significó para hombres y mujeres de toda condición en el ámbito social, político o económico, prefieren contraponer la individualidad al bien común, culpándola del desmoronamiento de los supuestos lazos fraternales existentes en las sociedades pre-capitalistas.

‘Ambos anticapitalismos miran también hacia adelante, aunque desconfían totalmente de la humanidad, de las personas, y consideran que la consolidación de un orden social abierto, lejos de facilitar la creatividad, la solidaridad y la cooperación humanas, abre la veda al descalabro, la explosión del egoísmo avaricioso, de la codicia, del abuso, la extorsión y el descontrol.’

Alain de Benoist, referente del anticapitalismo de derecha.
 
Ambos anticapitalismos miran también hacia adelante, aunque desconfían totalmente de la humanidad, de las personas, y consideran que la consolidación de un marco de libertades sociales, políticas y económicas, lejos de facilitar la creatividad, la solidaridad y la cooperación humanas, abre la veda al descalabro, la explosión del egoísmo avaricioso, de la codicia, del abuso, la extorsión y el descontrol.

 

Por ello es lógico que ambos anticapitalismos coincidan en la necesidad de un estado fuerte, grande, que dirija a las personas, débiles, egoístas, víctimas indefensas del capitalismo, hacia el recto camino de la virtud y del bien común -sobre lo que es o no es el bien común, las personas corrientes no deben preocuparse en exceso porqué un grupo reducido de cuadros dirigentes, sacrificados y comprometidos más que nadie con él y por él, será el encargado de definirlo y estructurarlo.

 

Mientras el estado fuerte, emprendedor, capaz de guiar rectamente a todos hacia el camino virtuoso del bien común no sea una realidad, ambos anticapitalismos tratan de generar nuevos derechos y obligaciones que permitan concretar la virtud ciudadana, como si el cuerpo social y político fuera una masa de fango para tornear hasta hallar la forma justa –que casualmente coincide con la que tiene en mente el artista.

Jean-Claude Michéa, referente del anticapitalismo de izquierda.
 
Para construir su proyecto de bien común, ambos anticapitalismos deben seguir el clásico cuanto peor mejor, de modo que lejos de señalar los avances sociales, políticos y económicos de los últimos 300 años, gracias al liberalismo y al capitalismo, dirigirán el foco hacia cualquier elemento negativo del presente; lejos de aportar propuestas para la dinamización empresarial o para la creación e riqueza, señalarán a grandes empresas y multinacionales como el factor que impide su bien común; y lejos de celebrar la globalización, el continuo intercambio y cooperación entre personas de todo el mundo, alimentarán la nostalgia de un pasado siempre mejor con las bondades de una nueva sociedad que está por llegar, una comunidad cercana, autosuficiente, de km 0 o de 15 minutos, liberada de interferencias foráneas, sea de multinacionales, de inmigrantes, de turistas o de nómadas digitales.

 

Para ello se apoyarán en la vieja y tradicional estrategia de la culpabilización, de los chivos expiatorios, que de tanta popularidad han gozado a lo largo de la historia, especialmente en tiempos de incertidumbre, tratando de estigmatizar los fundamentos de un orden social abierto, sea en el ámbito social, político o económico.

Son tantas en definitiva las coincidencias, que no debería sorprendernos que Alain de Benoist, fundador de la Nouvelle Droite, en su libro “Contra el liberalismo” cite reiteradamente a Jean-Claude Michéa, ex-miembro del Partido Comunista Francés y referente del anticapitalismo de izquierdas.

Tampoco que el relato anticapitalista se expanda en el conjunto del espectro político y mediático, aunque sea por la comodidad intelectual que ofrece el victimismo y la externalización de toda responsabilidad en el propio destino. Sin embargo, convendría preguntarse, de vez en cuando, qué modelo político, social y económico impondría un gobierno anticapitalista y antiliberal.

La respuesta se intuye inquietante, tanto en un anticapitalismo de izquierda como de derecha. Quizás ello sería suficiente para evitar caer en la indolencia y empezar a defender sin complejos los logros conseguidos por la civilización liberal, antes que uno u otro pudiera llegar a materializarse.

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