Porqué el mercado libre es el mejor antídoto contra la guerra, según Ludwig Von Mises
Durante el período medieval los mandatarios seguían aspirando como antaño a la conquista, aunque a diferencia de los antiguos imperios las instituciones feudales proporcionaban escasos medios para hacer la guerra porqué los vasallos solo estaban obligados a luchar por su señor un tiempo determinado. El interés propio de los vasallos en defender sus derechos coartaba la agresividad del rey.
Con el colapso del feudalismo se “nacionalizaron” las fuerzas armadas del país. Los guerreros de otros tiempos pasaron a ser mercenarios del rey, que asumió su organización, equipo y avituallamiento. El único freno a sus ambiciones fue el financiero, de modo que los ejércitos se conformaron con un número relativamente reducido de combatientes profesionales. Por aquél entonces la guerra era una preocupación de los reyes, no de la gente. Los ciudadanos odiaban las guerras porque solo ocasionaban problemas, los cargaban de impuestos y tributos, veían como los hombres morían o quedaban mutilados, como se aniquilaba la riqueza y como los países quedaban devastados en exclusivo beneficio de reyes y oligarcas gobernantes.
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Con la animadversión ante la guerra, proliferó la idea de desentronizar a los déspotas, de sustituir el despotismo de los reyes por un gobierno representativo con el convencimiento que las democracias facilitarían la resolución de cualquier problema territorial sin prejuicios, de manera desapasionada y llegando a acuerdos por medios pacíficos.
Los liberales británicos de la escuela de Manchester (encabezada por Richard Cobden y John Bright, cuyos fundamentos se basan en los escritos de David Hume, Adam Smith o Jean-Baptiste Say) constataron, sin embargo, que para salvaguardar una paz duradera el gobierno democrático era tan necesario como insuficiente. Para ser estable la paz requería otra condición esencial: el comercio libre. Había que dejar atrás las causas de los conflictos internacionales expandiendo por el mundo entero un sistema de laissez faire, sin barreras mercantiles y migratorias que facilitase la coexistencia pacífica entre un gran nombre de países.
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Los antagonismos supuestamente irreconciliables entre los diferentes grupos sociales, políticos, religiosos, lingüísticos y raciales de la humanidad solo pueden eliminarse sustituyéndolos por una filosofía de la cooperación mutua. Lo que distingue el hombre de los animales es el hecho que el hombre percibe las ventajas de la cooperación en un régimen de división internacional del trabajo. El hombre reprime su instinto agresivo natural para cooperar con los otros seres humanos. Cuanto más quiera incrementar su bienestar, más deberá extender el sistema de división del trabajo y limitando a su vez progresivamente las posibilidades en las que pudiera verse tentado a recurrir a la acción militar.
La guerra y la preservación de la economía de mercado son incompatibles. En contraposición a la guerra la economía de mercado, sometida a la soberanía del consumidor individual, fabrica productos que hacen más agradable la vida del consumidor, responde a la demanda del individuo que quiere una vida más confortable y por ello el capitalismo funciona en naciones pacíficas.
Lo que transformó la guerra limitada entre los ejércitos regios –relativamente reducidos y no formados por civiles- en un conflicto entre pueblos enteros no fueron, por lo tanto, cuestiones técnicas y militares, sino la sustitución de un embrionario Estado del laissez faire por el modelo de un Estado del bienestar basado en la planificación centralizada y el dirigismo estatista. La guerra total fue el producto del nacionalismo agresivo, el derivado necesario de las políticas del intervencionismo y de la planificación nacional. Si ya no se permite que los hombres y los bienes crucen las fronteras, ¿por qué no llamar a los ejércitos para que sean ellos quiénes abran el camino?
Cuando los gobiernos pasaron a controlar la esfera de la economía, dicha coexistencia fue imposible. Tanto la injerencia gubernamental en la esfera de la economía como el socialismo –entendido como estatismo y planificación centralizada- crearon, tarde o temprano, conflictos que no tuvieron soluciones pacíficas.
El intervencionismo engendra el nacionalismo económico y este, a su vez, engendra belicosidad, puesto que en un sistema regido por las medidas proteccionistas del nacionalismo económico la cuestión territorial pasa a ser relevante. El nacionalismo económico, complemento necesario del intervencionismo estatal, perjudica los intereses de la gente del exterior, fomentando así el conflicto internacional, alimentando la idea de la resolución violenta de los conflictos.
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En conclusión, no es suficiente derrotar a los agresores para garantizar una paz duradera. Lo importante es destruir la ideología que la amenaza. Si bien la función del Estado, entendido como aparato social de opresión violenta, es tan imprescindible y beneficiosa –por ejemplo para proteger el buen funcionamiento de la economía de mercado ante los ataques de individuos y grupos antisociales-, como secundaria, lo relevante es no sucumbir a la adoración del poder político ni atribuirle el poder de la omnipotencia y la omnisciencia.
La civilización moderna es producto de la filosofía del laissez faire, pero ésta no se podrá mantener bajo la ideología de la omnipotencia del Estado.
Basado en el capítulo 24 “La economía de la guerra” de la Acción Humana, de Ludwig Von Mises (1963)