¿Ideas o instituciones?, a propósito de los flamantes nuevos Premio Nobel Acemoglu y Robinson
Los autores de Por qué fracasan los países acaban de ganar el Premio Nobel de Economía. Publicado en 2012, este es un libro que hace una década influyó mucho en mi visión del mundo. Todavía le debo parte de lo que creo, pero ya no tanto.
Sin embargo, ya decía Alexis de Tocqueville: “Una nación puede establecer el uso de la libertad, pero no puede enseñar el arte de ser libre”.
Las ideas importan, y mucho. Hasta hace unos 5 o 6 años, creía que las instituciones eran la clave para alcanzar la prosperidad y garantizar la libertad. Entonces leí a Deirdre McCloskey por primera vez y me di cuenta del error. Más bien, del orden de factores en esa ecuación. En ese momento, lo que había leído y aprendido dio sentido a lo que decía la profesora McCloskey. A ver, las instituciones importan. Digamos que son las columnas que sostienen el techo de la libertad y de la prosperidad. Pero el material de las columnas son precisamente las ideas. De las ideas que imperan en determinada sociedad depende si la estructura cae o se sostiene.
‘Creía que las instituciones eran la clave para alcanzar la prosperidad y garantizar la libertad. Entonces leí a Deirdre McCloskey por primera vez y me di cuenta del error. Más bien, del orden de factores en esa ecuación’
Pienso por ejemplo en la República de Weimar que eligió al nacional socialismo de un violento charlatán, o en la Venezuela que aupó a Chávez en las urnas. En el papel, eran unas democracias ejemplares y hasta cierto punto en la práctica también. En la Alemania de los 20s se gozaba de una libertad envidiable en lugares como los Estados Unidos de la Ley Seca. Y la Venezuela antes de Chávez fue un faro en un continente lleno de dictaduras militares. Pero en esas dos sociedades, la Alemania de los 20s y la Venezuela de los 80s, que en el papel y en esos momentos eran ejemplares, morían las ideas de la libertad. En efecto, no tardaron las instituciones de ambas naciones en desmoronarse.
Un ejemplo más radical de porque las instituciones en solitario son un saludo a la bandera fue el parlamento de la Kampuchea Democrática. Tenía 250 miembros en total, 150 para representar al campesinado, 50 al ejército y 50 a los obreros. Representatividad total. Exquisitez de proporciones. Pues, así y todo, en apenas 4 años, el régimen de los Jemeres Rojos asesinó entre el 25% y 30% de la población. Ni qué decir de la Corea de los Kim, que ni es república, ni es popular, ni es democrática. El papel aguanta todo. Es así que el dictador Fidel Castro tuvo un acierto, reconocer precisamente el valor de las ideas. Hizo más por su régimen la música de Silvio Rodríguez y de Pablo Milanés que décadas de zafras azucareras, docenas de tanqueros soviéticos y los varios hoteles de Meliá. Las sociedades occidentales desarrolladas, a donde millones de cubanos nos hemos ido para vivir con dignidad y ser libres, sufre una suerte de esquizofrenia de las ideas que es alarmante. Una enfermedad que carcome a la prensa, la academia (donde golpea tal vez con más dureza), las redes sociales y los círculos políticos a los extremos.
Decía Jean-Francois Revel que las democracias se debilitan precisamente por lo que ha sido históricamente una de sus fortalezas: la autocrítica y los altos estándares morales. El germen autodestructivo está ahí. Y avanza. Importa defender las ideas de la libertad. De ello depende que la estructura siga en pie.