La economía nacional-socialista, por Jan Doxrud
El ciudadano que con su propio trabajo forma parte pacíficamente de la sociedad y es útil a sí mismo y al prójimo, se halla también expuesto constantemente a las amenazas del ladrón, del individuo tendencialmente inclinado no al trabajo sino a la apropiación violenta del producto del trabajo ajeno.
El hecho es que cuando se examinan las políticas económicas del nacionalsocialismo alemán uno puede percatarse de que estamos ante una economía dirigida por el Estado con algunos bolsones de iniciativa privada, pero a la larga el capitalismo de la Alemania nazi era uno fuertemente dirigido y controlado por el Estado. Por lo tanto vincular a Hitler con el “capitalismo” como si este segundo concepto fuese evidente por sí mismo y no necesitase de aclaración alguna, resulta ser una afirmación que sólo se explica por la ignorancia o a una estrategia que pretende simplemente desprestigiar el capitalismo en todas sus formas. Por lo demás, Hitler era una persona completamente ignorante en temas económicos.
Hay que añadir que Hitler tampoco era un liberal, sentía un profundo odio por Estados Unidos y los valores que esta nación representaba (aunque el antiamericanismo no es un fenómeno puramente alemán). En los discursos de Hitler el dictador populista apelaba constantemente a la unidad e igualdad del volk (pueblo) y colocaba siempre el énfasis en la gemeinschaft o comunidad, de manera que sus discursos, si dejamos los elementos raciales fuera, no difieren mucho de un Juan Domingo Perón, Hugo Chávez o Nicolás Maduro, o de los discursos socialistas en general.
Incluso Hitler llegó a afirmar que la idea Volk era más elevada que la de Estado. A diferencia de Mussolini, para quien el Estado era el que hacía al pueblo, para Hitler era el pueblo el que hacía al Estado Estado y tal como escribió en Mein Kampf, el Estado era sólo el medio para un fin. Hitler fue un revolucionario en el sentido de que venía, como todo populista, a refundarlo todo aunque por motivos de estrategia política, tuvo que moderar su vocabulario. En un discurso (1936) ante trabajadores de la empresa Krupp, Hitler pronunció las siguientes palabras, donde queda claro la concepción colectivista de la sociedad del nacionalsocialismo:
“Todo lo que he emprendido lo he hecho siempre con esta convicción: debe hacerse por nuestro Volk. Siempre que defiendo al campesino alemán, es por el bien del Volk. Yo no tengo ni finca ancestral ni casa solariega (…). Yo no abogo por armar al Volk alemán porque sea un accionista. Creo que soy el único estadista del mundo que no tiene una cuenta bancaria. No valores, no tengo acciones de ninguna compañía. No obtengo ningún dividendo”[1].
El historiador norteamericano John Lukacs, en su estudio sobre Hitler, señala que este último era un populista moderno y no un demagogo anticuado[2]. El populismo de Hitler era uno de carácter nacionalista en donde los conceptos de Volksgemeinschaft (comunidad del pueblo) y Volkgenossen (camaradas del pueblo) eran parte esencial del vocabulario de Hitler. Añade el historiador que la relación entre el Führer y su pueblo era diferente a la que existía entre el káiser y el pueblo en el sentido de que en la segunda existía una aceptación respetuosa de la jerarquía, mientras que con Hitler existía una aquiescencia voluntaria e ilimitada del pueblo (aquí Lukacs hace eco de las palabras Joachim Fest, biógrafo de Hitler). Si Hitler hubiese sido un hombre de derechas, conservador y tradicionalista habría tenido la amabilidad de volver a llamar al depuesto Kaiser alemán quien residía en Bélgica, pero no fue así, ya que Hitler tenía un proyecto refundacionista. Lukacs explica el odio que sentía Hitler por la burguesía alemana y todo lo que esta representaba, esto es, su carácter ahorrativo, su cautela, su respeto a la monarquía y su conciencia de clase. El mismo Lukacs añade que dentro de Alemania, el enemigo más peligroso para Hitler eran los conservadores. En resumen, el hecho de que Hitler se mostrase como el gran enemigo del marxismo no lo convertía en un partidario acérrimo del capitalismo de libre mercado. Además, como explica Lukacs, tras el golpe fallido de 1923 Hitler se volvió más pragmático y optó llegar al poder por la vía legal y colaboró con aquellos sectores que aborrecía como la Iglesia y conservadores alemanes.
En otros discursos Hitler es claro al señalar que, en las relaciones entre economía y pueblo, lo único que permanecía inalterable era el pueblo. La economía, señalaba Hitler, no era ningún dogma y no lo sería jamás. La economía, continúa explicando el dictador, debía estar al servicio del pueblo y el capital al servicio de la economía. Añadía Hitler que una concepción liberal de la economía no podía existir y consideraba como erróneo cualquier intento de defender la idea de que la economía pudiese tener una vida propia, libre y sin fiscalización.
Todos los discursos de Hitler en relación a temas económicos no sólo tiran por la borda cualquier afiliación del dictador alemán con el capitalismo de libre mercado o con el “gran capital”, sino que también refleja las semejanzas entre el socialismo y el socialismo de tipo nacionalista que defendía Hitler. Como escribió en Mein Kampf, Hitler se consideraba así mismo como un nacionalista y no como un patriota. De acuerdo a Lukacs, el patriotismo guarda diferencias con el nacionalismo ya que el segundo es más agresivo (no defensivo), populista (no tradicionalista) y se adhiere al mito del pueblo (no está arraigado en la tierra).
Como bien señala Lukacs, Hitler era tanto enemigo del socialismo internacional como del capitalismo internacional, pero añade el historiador norteamericano, el dictador alemán sentía más odio hacia el capitalismo, y su anticomunismo público habría sido más con fines propagandísticos, es decir, era una postura más útil y que le podía generar más adeptos dentro de Alemania.
Pasemos ahora a examinar la política económica del régimen nacionalsocialista. Al asumir Hitler legalmente como Canciller en 1933, y tras fusionar la cancillería con la presidencia tras la muerte del Presidente Hindenburg, Alemania se centró, desde finales de 1934, en el rearme y en los gastos de defensa, lo cual iba estrictamente en contra de los estipulado en el Tratado de Versalles (1919) que había impuesto duras sanciones a Alemania tras el final de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
Otras políticas implementadas fueron el control de industrias estratégicas, controles de precios, fijación de salario, control de los mercados financieros y regulación de las transacciones con el exterior. Hitler no fue ningún agente ni títere de las clases dirigentes, sino que fue Hitler el que subordinó cada aspecto de la sociedad, incluida la economía a su cosmovisión personal. El historiador británico Ian Kershaw está en lo correcto al criticar la interpretación marxista de la relación entre nazismo y capitalismo en el sentido de que subestima groseramente el factor Hitler y tiende a exagerar la relevancia del bloque del gran capital [3]. Kershaw destaca la intensidad con que el nazismo alentó el crecimiento de la organización económica que poco tenía que ver con el capitalismo clásico y que, más bien, se movía en una dirección a una economía poscapitalista. El capitalismo dictatorial del régimen nazi fue uno que prescindió de elementos fundamentales que debe tener una economía de libre mercado. Buscaba la autarquía, controló múltiples precios (incluido los salarios), distorsionando con ello el sistema de precios, controló las finanzas y puso límites al emprendimiento empresarial. El historiador británico, Michael Burleigh, escribe al respecto:
“Los nazis ofrecían lo que parecían ser recetas audaces para sacar a Alemania de la Depresión, junto con retórica que celebraba el alemán normal y corriente. Más aún, al mismo tiempo que insistían tanto en el igualitarismo como en el espírtu emprendedor, evitaban hablar de redistribución de la riqueza para no asustar a las clases medias. Mientras los comunistas ofrecían una huelga general y una revolución…los nazis ofrecían una combinación de nacionalismo económico y medidas anticíclicas heterodoxas para estimularla creación de empleos”[4].
Una de las políticas utilizadas por el dictador alemán fue el control de precios y la expansión de la masa monetaria. El régimen nazi se dedicó a imponer controles de precios y salarios en época de paz sobre una economía avanzada y altamente industrializada como lo era la alemana. El progresivo y cada vez más abarcador control del Estado de la actividad económica causó una serie de males que tardarían en salir a la luz. Como explican Samuel Brittan y Peter Lilley:
“Este experimento nacionalsocialista prueba que los controles de precios y rentas, si son suficientemente intensos, pueden suprimir parcialmente la inflación durante largos períodos”[5]. La Venezuela de Chávez y Maduro al parecer aprendieron esa lección con bastante rapidez, pero se les olvido que el final de esa historia nunca es bueno.
De acuerdo a Brittan y Lilley la imposición de contingentes de importación en 1934, parte del nacionalismo económico nazi, generó el primer aumento serio de los precios. El Tercer Reich estableció una política de centralización de la producción agrícola lo que se tradujo en la imposición de cuotas de importación que significó un descenso en la producción de alimentos y un aumento de los precios de estos. Es importante destacar la meta de la autarquía del nacionalsocialismo, otra razón más para rechazar el nexo entre nazismo con el capitalismo de libre mercado. De acuerdo a Hermann Göring, Mariscal del Reich, el objetivo del plan cuatrienal era transformar a Alemania en una potencia autárquica en cuatro años para que el bloqueo bélico no pudiese sofocarla. Como explica Burleigh, la economía alemana debía ser reorganizada de manera que estuviese al servicio de los intereses de la nación. La presión al alza de los precios se extendió hasta 1936 a medida que se alcanzaba el pleno empleo. Al respecto escriben Brittan y Lilley
“…en noviembre de 1936, fue decretado un «alto a los precios», que los fijó en forma generalizada al nivel vigente el 17 de octubre de 1936. Este decreto permaneció en vigor durante toda la guerra y fue efectivamente ratificado por las fuerzas de ocupación hasta 1948”[6].
¿Para qué expandir la masa monetaria y controlar los precios? Hitler, como cualquier político populista, necesitaba de popularidad y para llevar a cabo sus magnos proyectos no podía bombardear con impuestos a los ciudadanos alemanes y podía endeudarse con el extranjero en parte, por un tema ideológico, recordemos que la Alemania nacionalsocialista aspiraba a la autarquía económica. Por lo tanto, imprimir billetes y engañar a las personas creándoles por algunos años la ilusión de que son más ricas, era una medida más fácil y menos costoso para el Estado. Era más cómodo y menos problemático aplicar una forma de impuesto encubierto (inflación) que a la larga tendría consecuencias nefastas para la sociedad, ya que la población vería como el poder adquisitivo de su moneda se deterioraba (pero los controles de precios evitarían por años que la verdad surgiera a la luz). La inflación provocada por los gobiernos para satisfacer sus propias necesidades a costa de la población es uno de los mayores fraudes económicos de nuestra historia. ¿Por qué hizo esto Hitler? Ya dijimos que en parte por popularidad, para llevar a cabo su proyecto expansionista y para mostrar ante los ojos del mundo una Alemania que se recuperaba en tiempo record en relación a los demás países europeos que habían sufrido la consecuencia de la crisis de 1929.
‘El capitalismo dictatorial del régimen nazi fue uno que prescindió de elementos fundamentales que debe tener una economía de libre mercado. Buscaba la autarquía, controló múltiples precios (incluido los salarios), distorsionando con ello el sistema de precios, controló las finanzas y puso límites al emprendimiento empresarial.’
“La impresión de billetes fue tan sólo uno de sus trucos. Manejó la circulación fiduciaria haciendo unos juegos de manos tan portentosos, que hubo veces en que economistas extranjeros llegaron a opinar que el marco tenía 237 valores diferentes…Su creación de crédito en un país que tenía poco capital líquido y casi ninguna reserva económica fue obra de un genio o – como dicen algunos – de un prestidigitador magistral”[7].
Brittan y Lilley escriben sobre esta política
“…los controles de precios y salarios establecidos por Hitler eran simples y poco flexibles. Se congeló la estructura preexistente de precios y salarios, se racionaron los bienes de consumo, se asignaron desde el centro los bienes de producción, y se utilizó mano de obra esclava para conseguir, aproximadamente, las variaciones en la estructura de la producción que las autoridades consideraban deseables”[8].
Los controles de precios siempre han resultado ser un fracaso y el deseo por parte de un gobierno de frenar la inflación por medio de decretos que impiden la libre fluctuación de estos, sólo lleva a que los comerciantes no sigan produciendo o se vayan al mercado negro, ya que deja de ser rentable vender a esos precios fijos, tal como sucede en la actualidad en países como Argentina y, más notablemente, en Venezuela. El control estatal se va extendiendo cada vez más, acaparando los distintos sectores de la economía ahogando así la actividad económica en su conjunto. Ahora bien, la Alemania nazi era una dictadura totalitaria de manera que pudo permitirse llevar a cabo tales políticas sin temer protestas ciudadanas o huelgas por parte de los trabajadores. Como señalan Brittan y Lilley, para los consumidores, el mercado negro servía para reasignar los recursos en forma más cercana al óptimo.
Como afirmaba el economista francés Bastiat, está lo que se ve y lo que no se ve. Los economistas y otros personajes más escépticos veían desde el exterior con dudas el crecimiento de la economía alemana así como la reducción impresionante del desempleo. Pero una gran mayoría se dejó engañar y consideraron a Hitler una suerte de genio económico. Como escribe Shirer:
“El fundamento del éxito de Hitler en los primeros años estribaba no sólo en sus triunfos en asuntos exteriores…sino en la recuperación económica de Alemania, que en los círculos del partido e incluso entre algunos economistas de otros países se jaleaba como un milagro.. Y en realidad podía parecerle así a muchísima gente.. El paro, la maldición de los años veinte y del comienzo de los treinta, fue reducido, como hemos visto, de seis millones en 1932 a menos de un millón cuatro años después. La producción nacional subió el 102 por ciento de 1932 a 1937, y la renta nacional fue duplicada”[9].
¿Qué sucedía con el sector laboral? El nacionalsocialismo disolvió los sindicatos y se estableció un “libro laboral” (1935) de acuerdo al cual ningún obrero podía ser contratado si no tenía uno, lo cual le daba mayor poder al patrón que podía retener este libro laboral que era otorgado por el Estado. Los sindicatos fueron reemplazados por el Frente Alemán del Trabajo (FAT), al que estaban forzados a pertenecer y que llegó a contar con aproximadamente doce millones y medio de miembros. Por medio de la Ley Nacional del Trabajo (1934), se prohibieron las huelgas y los lock-outs (paro patronal). Como explican Brittan y Lilley, el FAT tenía como objetivo elevar el status del trabajador, por ejemplo, se obligaba a los directivos de las empresas a comer de vez en cuando junto a los trabajadores, se abogaba para que los estudiantes realizaran seis meses de trabajo manuales en los batallones de trabajadores y se preparaban vacaciones planificadas para los trabajadores, el denominado Kraft durch Freunde (Fuerza a través de la alegría). Michael Burleigh escribe:
“Se animaba a los trabajadores a superar la mentalidad sindical…y a pensar en función de un «socialismo» que trascendiese los meros problemas de pan y mantequilla. Los nazis, apartándose del economicismo obrerista, reconocieron la necesidad de respeto de los trabajadores, y que se enorgullecía de su trabajo, su destreza, sus herramientas y los productos de su tarea…A un nivel simbólico, los políticos nazis estaban muy dispuestos a hablar con los trabajadores y a estrecharles la mano sin el menor rastro de desazón”[10].
Continúa explicando Burleigh que los nazis se apropiaron del lenguaje y los sentimientos del socialismo, es decir, se hicieron con aquellos elementos con los que podían operar sin temer de ser tildados de socialistas. “Entre estos préstamos figuraban la veneración al trabajo y a los trabajadores, el deseo de democratizar la alta cultura y los pasatiempos selectos y la justificación moral de fines mediante la constante innovación de la justicia social”[11]. De acuerdo a Hitler se hacía necesario edificar un Estado que valorase el trabajo por sí mismo y que tuviese a los trabajadores en una elevada consideración ya que eran los trabajadores quienes cumplían un deber fundamental hacia la nación alemana. En palabras de Hitler: “Queremos educar al Volk de manera que se aparte de la locura de la superioridad de clase, de la arrogancia de rango, y de la falsedad de que sólo el trabajo mental tiene algún valor; queremos que el Volk comprenda que todo trabajo que es necesario ennoblece al que lo hace, y que sólo hay una desgracia, y que es no contribuir nada al mantenimiento del propio Volk”[12].
Todo lo anterior no era más que una forma encubierta de colectivismo y control de las acciones de los trabajadores por parte del Estado, no sólo dentro del trabajo, sino que incluso en sus tiempos de ocio. El Kraft durch Freunde, como señala Burleigh, era una manera de transformar el ocio en algo colectivo y controlado.
Tenemos pues que el milagro económico alemán fue más bien un embrujo, similar a ese otro embrujo que fueron las colectivizaciones y planes quinquenales de Stalin, que despertaron admiración en muchos economistas e intelectuales en Occidente. Lo que en realidad hizo Hitler fue aprovechar el aparato estatal para construir su utopía socialista y nacionalista. Los métodos empleados por Hitler no son inéditos y han sido aplicado por varios líderes populistas, claro que, a diferencia del caso de Hitler, no tuvieron una guerra que los “salvara” del desastre económico. La guerra, en este sentido, logra reactivar la economía, claro que no podemos decir que las guerras sean útiles para reactivar la economía de un país por, al menos, dos razones. La primera y más obvia es que la gente muere y sufre. En segundo lugar, la producción queda subordinada a los objetivos de guerra de manera que se privilegia la producción de bienes bélicos que serán destruidos o quedarán inutilizados tras finalizar la guerra, mientras que los bienes básicos, alimentos o bebestibles, se reducen en número, variedad y calidad. En resumen, la sociedad civil es la que se ve más perjudicada por las guerras emprendidas por los Estados.
Otro punto importante es que la economía nacionalsocialista fue un híbrido entre capitalismo fuertemente dirigido y controlado por el Estado. En palabras del académico Derek H. Aldcroft:
“Aunque el grado de intervención estatal en los asuntos económicos fue con el tiempo más extenso que en cualquier otro país fuera de Rusia, el sistema de producción, distribución y consumo que construyeron los nazis se resiste a ser clasificado en cualquiera de las categorías habituales de sistemas económicos. No era capitalismo, no socialismo, ni comunismo, en el sentido tradicional de estas palabras: el sistema nazi era más bien una combinación de algunas de las características del capitalismo y una economía muy planificada”.[13]
La política económica del nacionalsocialismo sigue vigente en algunos países con gobernantes irresponsables, que recurren al venerado pueblo (el Volk de Hitler) para justificar cada una de sus acciones: la expansión monetaria, gastos excesivos en obras públicas, expropiaciones, etc. Cuando finalmente los problemas surgen, viene el guión ya conocido: culpar al capitalismo, a la burguesía parasitaria, a Estados Unidos o algún enemigo externo lo suficientemente abstracto para que nadie sepa donde está, pero que igualmente está ahí amenazando al “pueblo”. Hitler tuvo el Frente de Trabajadores Alemanes, Castro instauró la Central de Trabajadores de Cuba – Revolucionaria (1961), Hugo Chávez por su parte creó la Unión nacional de Trabajadores (2003), desplazando coactivamente a la Confederación de Trabajadores de Venezuela.
Si luego el pueblo ruso quiere o no quiere dar la espalda al sistema soviético, es asunto suyo en uno y otro caso. Hoy el peligro para el mundo no viene ya de la tierra del látigo y los carceleros. A pesar de todas sus veleidades belicosas y destructivas, los rusos no son capaces de amenazar seriamente la paz en Europa. Por tanto, dejémoslos libres de hacer lo que quieran. Lo que en todo caso hay que impedir absolutamente es que la política destruccionista de los soviets sea subvencionada y fomentada por nosotros.
Jan Doxrud. Historiador.
Publicado originalmente en Liberty & Knowledge
Notas
[1] Michael Burleigh, El Tercer Reich. Una nueva historia (España: Taurus, 2002), 278.
[2] John Lukacs, El Hitler de la historia. Juicios a los biógrafos de Hitler (España: FCE, 2003).
[3] Ian Kershaw, La dictadura nazi. Problemas y perspectivas de interpretación (Argentina: Siglo XXI Editores, 2004)
[4] Ibid., 166.
[5] Jesús Huerta de Soto, Lecturas de economía política, vol 2 (España: Unión Editorial, 2008), 242.
[6] Ibid., 239.
[7] William L. Shirer, Auge y caída del Tercer Reich, vol. 1, Triunfo de Adolf Hitler y sueños de conquista (Argentina: Planeta, 20110), 370.
[8] Lecturas de economía política, 240.
[9] William L. Shirer, op. cit., 368.
[10] Michael Burleigh, op. cit., 280.
[11] Ibid., 275.
[12] Ibid., 272.
[13] Derek H. Alcroft, La economía europea, 1914-2012 (España: Editorial Planeta, 2013), 131.