La batalla tecnológica global
Tres décadas después se realiza la misma profecía con China de protagonista. Se da por supuesto el logro de su supremacía en las tecnologías configuradoras del futuro en especial, la inteligencia artificial (IA).
China es una extraordinaria recolectora de datos y destaca en el perfeccionamiento de las tecnologías inventadas por otros, pero eso no tiene nada que ver con las grandes innovaciones disruptivas que son imprescindibles en el campo de la IA. Su relevancia práctica no radica en la cantidad de datos a los que acceden sus algoritmos, sino a la eficiencia con la que aprende de aquellos.
Hoy, los sistemas de IA están en la infancia e incurren en graves errores. Pueden identificar objetos, pero de momento no son capaces de comprensión conceptual tanto de la relación existente entre ellos como de sus respectivas propiedades. Y esto es fundamental.
La razón por la que la mayoría de la gente asocia la máquina de vapor con James Watt y no con Thomas Newcomen es sencilla. El condensador separado de Watt hizo que esa invención fuese eficiente. Esta referencia sirve para ilustrar algo esencial. La competencia entre Estados Unidos y China, por el predominio en la IA dependerá mucho menos de quién controle la mayor parte de los datos que de quién tenga capacidad de innovar y aplicar aquella a las actividades con mayor valor añadido y, por tanto, de aumentar la productividad de la economía y el nivel de vida de los individuos.
‘Estados Unidos y Occidente tienen muchos problemas, sin duda, pero el modelo chino tiene una incompatibilidad estructural con la generación de las disrupciones que hacen posible innovar e incrementar la productividad en el largo plazo’
A priori, el número de patentes chinas -superó el de Estados Unidos en el 2020- parecería reforzar la tesis expuesta con anterioridad. Ahora bien, ese indicador no mide de manera precisa la innovación. Por un lado, el 10% de las patentes registradas suponen el 90% del valor total de ellas. Esto significa que la gran mayoría son poco valiosas. Por otro lado, las citas de patentes son una expresión más precisa de su utilidad y, entre las 100 patentes más citadas desde el 2003, ni una sola proviene de China. Para cerrar el círculo, las principales empresas chinas de inteligencia artificial, Tencent, Alibaba y Baidu, son, guste o no, simples copias de Facebook, Amazon y Google.
Cuando un país está lejos de la frontera tecnológica, la imitación y la adopción de tecnología extranjera pueden llevarle muy lejos. Gracias a una estrategia de esa naturaleza, la Unión Soviética creció durante una gran parte de la guerra fría y numerosos analistas han atribuido el “milagro asiático” de la segunda posguerra mundial a la política industrial impulsada por el Estado. Este enfoque es correcto, pero olvida algo fundamental. Si bien esos países lograron cerrar parte de la brecha, nunca lograron superar a EE.UU. A diferencia de la imitación, que puede planificarse y coordinarse, la innovación es un viaje de exploración hacia lo desconocido. Y pasar de imitar a innovar no es una tarea fácil.
Desde septiembre del 2019, el Gobierno chino y Huawei han introducido cambios sustanciales en la infraestructura de internet con la finalidad de aislar o reducir de manera drástica los flujos de información y comunicación entre China y el resto del mundo. Esta política es la expresión clara de la estrategia de Pekín destinada a blindar el país frente a la influencia de los “demonios extranjeros”, lo que por definición se traducirá en menos innovación y en un menor dinamismo. Y esto no es algo nuevo. El aislacionismo del Celeste Imperio fue una de las causas determinantes de por qué la primera revolución industrial se produjo en Occidente y no en aquel.
Estados Unidos y Occidente tienen muchos problemas, sin duda, pero el modelo chino tiene una incompatibilidad estructural con la generación de las disrupciones que hacen posible innovar e incrementar la productividad en el largo plazo.
Lorenzo Bernaldo de Quirós, Vicepresidente del IvMB
Autor de «En defensa del pluralismo liberal«
Publicado originalmente en La Vanguardia