Politización: cuando el Estado lo controla todo
La política en su sentido más amplio y fundamental es, como decía Oakshott, la custodia de un modo de vivir. Pero, tal como se conoce en Europa, la descubrieron los griegos como una forma posible de acción colectiva para resolver o encauzar los conflictos que puedan surgir dentro de un grupo político, mediante el compromiso en lugar de la fuerza, y con un fin ético: la consecución del bien común mismo.
De suyo, en principio, la política es, pues, actividad libre, abierta a todos. A ello responden las ideas naturales de la libertad política y autogobierno. Pero hace tiempo que la acción política está monopolizada por el Estado, lo que condiciona la libertad política y destruye el autogobierno. En realidad, una de las notas características de aquél consiste, precisamente, en monopolizar y orientar la actividad política: no hay más libertad y actividad políticas que las que el Estado permite y de la forma en que las autoriza.
Aunque se quiera compensar el monopolio con la participación política, sin embargo, las reglas de la acción política colectiva las pone igualmente el Estado. Hoy, a pesar de las apariencias, es muy difícil decir que la política sea una actividad libre, que exista auténtica libertad política. Además, se ha confundido el bien común con el interés general o interés público; y éste es, en definitiva, el interés del Estado. Y como el Estado concentra por definición todo el poder, su finalidad es el poder, en la práctica el de quienes usufructúan el Estado, y su ética, la del poder. Lo que el Estado considera de su interés es, pues, lo que determina los fines morales de la política.
‘La politización despolitiza en el sentido de que acaba con la política, propia de los hombres libres, reduciéndola a administración burocrática’
En efecto, en puridad, los conflictos políticos son, en principio, igual que los jurídicos: conflictos de intereses. Pero como el Estado se ha convertido él mismo en un fin ético, no se limita a custodiar la manera de vivir, el éthos social, sino que interviene en todo, hasta en la vida familiar y en la propiedad, que son instituciones naturales de la sociedad, no políticas, confundiendo la política con la ética, cuidando de todo, politizando todo. Todo es político, pues todo está mediado por la actividad estatal. Ésta, sobre todo cuando está guiada por el modo de pensamiento ideológico, desnaturaliza las relaciones sociales naturales, espontáneas, mecanizándolas, al someterlas a sus reglas jurídicas, a la Legislación, que es casi lo más opuesto al Derecho.
Se ha llegado al punto en que los asuntos morales, que son propios de la vida personal y la vida social, ajenos a la política, son regulados por el Estado a su albedrío. Lo mismo en lo que atañe a la educación, la salud y otros aspectos de la vida. El problema es que esta política totalitaria, que desconfía de las virtudes del hombre individual, del éthos, está desintegrando las sociedades. Pues, al destruirlo, aumentan la incomunicación social y el individualismo narcisista.
La politización despolitiza en el sentido de que acaba con la política, propia de los hombres libres, reduciéndola a administración burocrática. La desestatificación de las relaciones sociales y la recuperación de la política constituyen la gran cuestión social del siglo XXI, mucho más grave que la del siglo XIX.
Dalmacio Negro
Miembro del Consejo Asesor de la Fundación Burke
Publicado originalmente en American Review