Interés propio no es egoísmo
Las relaciones de mercado son constantemente criticadas por egoístas y avariciosas, así como consideradas éticamente dañinas en la medida que recompensan el egoísmo. Como dijo Friedrich Hayek: “la creencia de que el individualismo aprueba y estimula el egoísmo humano es una de las muchas razones por las que le desagrada a mucha gente”. Sin embargo esa acusación es falsa.
La gente tiene intereses poderosos
Los economistas asumen que los individuos tienen intereses propios. Eso significa simplemente que cada persona tiene unas determinadas preocupaciones: algunos fines les importan más que otros. La consecuencia es que cada persona preferiría mandar (es decir, tener el poder para decidir sobre su uso) sobre más recursos que sobre menos, puesto que ello le permitiría en la práctica avanzar más de lo que podría en la consecución de sus fines. Valorar el mando por encima de la disposición de más recursos no puede, sin embargo, calificarse como un enfoque monomaníaco sobre uno mismo.
‘nuestro interés propio incluye el desarrollo de nuestra naturaleza benevolente’
Si todo lo que preocupa a una persona se limita a sí misma, el interés propio de esa persona podría igualarse a egoísmo. Pero si alguien se preocupa por algo o alguien más allá de sí mismo, esto difiere del egoísmo en varias y distintas formas. Por ejemplo, cuando la Madre Teresa usó el dinero de su premio Nobel para construir una leprosería, estaba actuando en interés propio, porque esos recursos se usaron para avanzar en algo que a ella le importaba, pero no actuó de una manera egoísta.
Otra forma de caracterizar dicha distinción es que mientras las personas egoístas tienen a su vez intereses propios (se preocupan por sí mismas), tener intereses propios no conlleva ninguna implicación de egoísmo.
El interés propio, sea egoísta o no, es lo que permite que mejore la cooperación social y se beneficien otros, mediante el comportamiento voluntario en el mercado. Por ello, incluso si alguien implicado en los mercados resulta ser egoísta, no podemos deducir que los mercados le vayan a convertir en más egoísta ni que éstos expandan el reino del egoísmo entre la humanidad.
Para ilustrarlo, supongamos que Stan es una persona completamente egoísta. Dado que se respetan los derechos de propiedad de otros, Stan solo pretende inducir a los otros a cooperar voluntariamente con él para impulsar sus propios planes, consiguiendo que sean mejores que cualquier alternativa planteada. No puede coaccionarlos así que, a pesar de no importarle nada de los otros, Stan actúa contribuyendo en la consecución de sus intereses como medio para avanzar en los suyos propios. Ese es el milagro descrito en la metáfora de la mano invisible de Adam Smith: aún si alguien fuera egoísta, seguiría teniendo incentivos para beneficiar a otros cooperando mejor con ellos y mejorando las opciones de éstos.
No podemos ignorar lo que hace la gente buena con su dinero
La crítica “egoísta” del comportamiento del mercado también se da cuando se centra la atención analítica solo en los intercambios que tienen lugar en el mercado. Con una visión tan estrecha, no hay diferencia analítica entre el egoísmo y el interés propio, permitiendo a la gente simplemente obviar evidencias que desmienten la existencia de un egoísmo universal.
Bien al contrario, si consideramos el comportamiento de la gente más allá de una visión microscópicamente estrecha de los intercambios del mercado, vemos enormes evidencias de comportamiento no egoísta: desde preocuparse por la familia y los amigos, a dedicar cientos de millones de horas y cientos de miles de millones de dólares a caridad, o a acciones aisladas de amabilidad.
Prácticamente todo el mundo, en un momento u otro, muestra una cierta generosidad. Y el potencial para manifestar la generosidad de las personas se expande, no se contrae, merced a los beneficios mutuos que proporciona el mercado.
Adam Smith lo expone bien en la Teoría de los sentimientos morales, argumentando que:
“Por muy egoísta que pueda suponer cada hombre, hay evidentemente algunos principios en su naturaleza que hacen que le interese la fortuna de los otros y le resulte necesaria su felicidad, aunque no derive nada de ello, salvo el placer de verlo”
Y lejos de apoyar el estrecho egoísmo, concluía que “restringir nuestro egoísmo y consentir nuestros afectos benevolentes constituye la perfección de la naturaleza humana”. En otras palabras, nuestro interés propio incluye el desarrollo de nuestra naturaleza benevolente. El llamado padre de la economía rechazaba el egoísmo con el que insisten los críticos del mercado, insistiendo que este se construye como presunción general y como parte de una buena vida humana.
Está claro que los participantes en el mercado no pueden caracterizarse adecuadamente como motivados por la codicia. ¿Qué explica entonces esos falsos ataques? Los ataques vienen cuando alguna gente piensa que sus preferencias deberían imponerse a las preferencias de los propietarios y el control de éstos sobre su propiedad. Aun así, son incapaces de conseguir el consentimiento voluntario de los propietarios. Así que dichos propietarios y la propiedad deben denigrarse, y así los autodenominados reformistas pueden imponer sus preferencias sobre las de los propietarios, sin advertir que esto pone en evidencia su propia codicia.