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80 años después, ¿Seguimos en el camino de servidumbre?, por Rainer Zitelmann

Friedrich Hayek presentó Camino de servidumbre a tres editoriales estadounidenses que lo rechazaron. Sin embargo, un amigo suyo lo conectó con la línea de publicaciones de la Universidad de Chicago y la obra finalmente se publicó en Estados Unidos el 18 de septiembre de 1944. La tirada inicial fue de apenas 2.000 ejemplares. No es de extrañar. ¿Quién podría esperar que los lectores estadounidenses estuvieran interesados en un libro escrito por un profesor austriaco como respuesta a las ideas del economista y político británico William Beveridge?

Sin embargo, apenas un año después, Reader’s Digest publicó una versión condensada del libro, que llegó de esta manera a millones de hogares estadounidenses. Desde entonces, Camino de servidumbre ha sido traducido a veinte idiomas y ha despachado varios millones de ejemplares. Hayek claramente tocó un nervio sensible. En la década de 1940, el intervencionismo estatal iba en auge tanto en Europa como en Estados Unidos. Entonces como ahora, la creencia predominante era partidaria de la la intervención agresiva del gobierno en la economía, con impuestos altos y regulaciones estrictas. Además, entre no pocos intelectuales se parecía cultivar la noción de que el nacional-socialismo era una forma de capitalismo. Así, en 1939, el filósofo Max Horkheimer, co fundador de la Escuela de Frankfurt, afirmó que, «quien no esté dispuesto a debatir sobre el capitalismo también debería callarse en los debates sobre el fascismo».

 

Hayek explicó tiempo después que su libro iba dirigido principalmente a aquellos miembros de la intelectualidad socialista británica que veían el nacional-socialismo como una reacción ante las tendencias socialistas clásicas. En realidad, el nacional-socialismo era una consecuencia necesaria de estas tendencias. Los socialistas de entonces evitaban describir el movimiento y el sistema político de Hitler como «nacional-socialismo», para así negar cualquier cercanía o coincidencia entre ambas ideologías, de modo que abogaron por popularizar otros términos para aludir al régimen, como «fascismo» o «nazismo».

‘Su libro iba dirigido principalmente a aquellos miembros de la intelectualidad socialista británica que veían el nacional-socialismo como una reacción ante las tendencias socialistas clásicas. En realidad, el nacional-socialismo era una consecuencia necesaria de estas tendencias’

 

Del nacional-socialismo a la izquierda woke

Aunque Hayek no podía haberlo sabido en ese momento, hoy sí tenemos suficientes pruebas que demuestran que Hitler desarrolló una creciente admiración por el sistema de planificación económica de la Unión Soviética. En 1942, ante su círculo íntimo, Hitler defendió vehementemente la economía planificada soviética: «hay que tener un respeto absoluto por Stalin. A su manera, el tipo es todo un genio (…) y su planificación económica es tan abarcadora que solamente la supera nuestro propio Plan Cuatrienal. No tengo ninguna duda de que no hay paro en la Unión Soviética, al contrario que en los países capitalistas como Estados Unidos«.

En julio de 1941, Hitler afirmó lo siguiente: «el uso sensato de los poderes de la nación solo puede lograrse con una economía planificada desde arriba». Añadió después lo siguiente: «en lo que respecta a la planificación de la economía, todavía estamos al principio y me imagino que será algo maravilloso y agradable de construir un orden económico alemán y europeo tan abarcador». Declaraciones como estas confirman la tesis básica de Hayek.

En 1971, Hayek enfatizó que el enfoque principal de su libro era el socialismo clásico, que tenía como objetivo nacionalizar los medios de producción. Pero, en términos económicos, el nacional-socialismo puede considerarse un precursor del socialismo moderno. A diferencia del socialismo clásico, el socialismo moderno ya no busca nacionalizar los medios de producción, sino que mantiene la fachada de los derechos de propiedad privada. Esto hace que el concepto de propiedad privada se vaya erosionando constantemente, hasta convertirse en una mera formalidad legal, carente de verdadera sustancia. Este cambio hace que los empresarios estén cada vez más sujetos al control y a la dirección del Estado.

En un discurso pronunciado en mayo de 1937, Hitler describió su filosofía de la siguiente manera: «a la industria alemana le digo lo siguiente: «tienes que producir tal cosa, ahora». Luego, vuelvo al Plan Cuatrienal y, si la industria alemana me dice acaso que no puede hacer lo que le he pedido, mi respuesta será inmediata: «bien, entonces me encargaré yo mismo, pero tiene que hacerse». Por eso, si las empresas me dicen «así lo haremos», la verdad es que me alegra mucho, porque eso me ayuda a no tener que asumir esa tarea».

El libro de Hayek también presenta una segunda tesis importante cuando apunta que la pérdida de la libertad económica precede a la pérdida de la libertad intelectual y política. Los críticos que quisieron cuestionar sus preocupaciones señalan al Reino Unido y apuntan que, tras la Segunda Guerra Mundial, las islas introdujeron impuestos extremadamente altos y un programa integral de nacionalizaciones sin que ello resultase en una pérdida de libertad intelectual y política. Las consecuencias económicas, eso sí, fueron desastrosas y solamente se vieron revertidas por Margaret Thatcher, que admiraba profundamente a Hayek.

Rainer Zitelmann.
 

Estos críticos tienen razón en algo. La pérdida de la libertad económica no conduce necesariamente o de inmediato a la pérdida de la libertad política e intelectual. Pero Hayek estaba más acertado que equivocado. El ejemplo reciente de la Venezuela socialista es ilustrativo. Los venezolanos perdieron primero su libertad económica y, después, desapareció de forma progresiva su libertad política.

Así, las advertencias de Hayek dejan claro cuán relevante sigue siendo su libro hoy en día. La libertad económica, al contrario que en las décadas de 1980 y 1990, está en retroceso. La fe en la «política industrial» ha llegado a dominar la toma de decisiones en China, Estados Unidos o Europa. Y, al mismo tiempo, la libertad intelectual está bajo amenaza, ya que los defensores de la ideología woke intentan politizar todos los aspectos de nuestras vidas. Incluso las matemáticas son consideradas racistas en algunos círculos, mientras que la libertad de expresión está cada vez más bajo amenaza. Al final, los opositores a la libertad económica también se oponen a menudo a la libertad intelectual.

 

Rainer Zitelmann

Publicado originalmente en Wall Street Journal.

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