Lucas Beltrán: maestro de liberales españoles. Dos entrevistas personales
Diálogo con Lluc Beltrán, por Ernest Lluch. Serra d’Or, año VII, núm. 5, 1965
Lluc Beltrán Flórez nació en marzo de 1911 en Sant Carles de la Ràpita. Hijo de médico, estudió la enseñanza secundaria en los Jesuitas de Valencia y de Barcelona. Cursó la carrera de Derecho en la Universidad de Barcelona. Para ampliar sus conocimientos económicos estudió durante el curso 1931-1932 en la London School of Economics. En 1944 entró como ayudante en la cátedra de Economía Política y Hacienda Pública de la Facultad de Derecho de [la U. de] Barcelona. Desde 1933 [1953, n. del e.] es asesor económico del Banco Urquijo, donde ha colaborado intensamente en diversas publicaciones anónimas. Fue nombrado catedrático de Economía Política y Hacienda Pública de la Universidad de Murcia el 1958 y pasó de inmediato a Salamanca. Desde el curso 1959-1960 ocupa el mismo cargo en la Universidad de Valladolid. Reside en Madrid, pero pasa la mitad de la semana en Valladolid.
Ha publicado varios libros: Los problemas de la banca catalana en colaboración con Joan Sardà (Barcelona, 1933), La aplicación de la Tarifa III de Utilidades a los comerciantes e industriales individuales (Barcelona, 1942), La industria algodonera española (Barcelona, 1943), Los seguros sociales (Barcelona, 1945), Economistas modernos (Barcelona, 1951) e Historia de las doctrinas económicas (Barcelona, 1961). Ha colaborado en varias revistas como “Revista de Catalunya”, “Moneda y Crédito” y “Revista de Trabajo”.
Empecé en la Universidad de Barcelona la carrera de Derecho sin una vocación definida. Respecto a la economía, el catedrático Jaume Algarra daba como textos la Historia de la Economía de J. Conrad y el Tratado de Economía Política de Charles Gide. Se ha de reconocer que ni uno ni otro eran libros demasiado indicados para un estudiante. Mi inclinación por la economía vino ciertamente del interés que me hizo despertar la polémica monetaria que se estableció entre Cambó y Calvo Sotelo. De la actividad de esos momentos nació la obra de Cambó La valoración de la peseta.
Quien habría podido realmente ser mi maestro es Josep Maria Tallada. En el plano personal, me dejó libros y me dio orientación. También Algarra, aunque en menor grado, ejerció influencia sobre mi. De todos modos, fue decisiva para mi la estancia que durante el curso 1931-1932 realicé en la London School of Economics.
¿Cuál era el ambiente de la ciencia económica en Cataluña?
Piense que no había economistas. Los economistas catalanes eran políticos que, en lugar de especializarse en diplomacia, ejército, etc., lo hacían en economía. Este era el caso de Jaume Carner, Pere Corominas, el mismo J. M. Tallada, Manuel Raventós, Francesc Cambó, Miquel Vidal i Guardiola, etc. Un caso aparte fue el de Joan Crexells, hombre de gran cultura e inteligencia que dedicó sus dos o tres últimos años al estudio de la economía. Un trabajo interesante sería el de recopilar sus artículos económicos aparecidos en “La Publicidad”. Recuerdo que entonces me dieron una gran impresión: me gustaría saber qué efecto causaría a un moderno estudiante de Economía de la Facultad de Barcelona.
En cuanto a instituciones, funcionaba la Unió Catalana d’Estudis Polítics, Econòmics i Socials, así como el Institut d’Investigacions Econòmiques. Este último había sido fundado por Maluquer i Viladot, si bien no empezó a funcionar hasta la República. El Instituto giraba alrededor de la personalidad de Josep M. Vandellós, que ya era un economista profesional y no un hombre de negocios o un político. Su formación era mas estadística que económica; había estudiado en Italia con Corrado Gini, con quien continuó manteniendo un contacto estrecho. Vandellós, personalmente, era un hombre agradable, simpático y muy emprendedor; en realidad fue el alma del Instituto. De chicos jóvenes no había nadie, a parte de Joan Sardà y yo mismo. En todo caso recuerdo a Josep M. Cardona, que publicó un Resum d’Estadística en la Editorial Barcino. Como puede ver, el ambiente económico en Cataluña era prácticamente inexistente.
‘significó el final del periodo autárquico y la entrada –con muchas limitaciones, por supuesto– a un concepto liberal de la gestión del sector público. Yo he sido siempre un economista liberal y el Plan se inspiraba en esta ideología. El franquismo, en cambio, era intervencionismo, era la puerta cerrada a todo lo que fuera progreso. Hacía falta tener las ideas claras y actuar con mucho tacto y me parece que nos salió muy bien’
Cuando me inicié en la economía, Keynes ya era conocido. En general, en todo caso, la influencia generalizada era la de la Escuela Histórica Alemana. En la extensión de esta tendencia ejerció un papel clave Flores de Lemus. Este era un hombre formado en Alemania y que sabía mucho sobre estadística, historia económica y legislación aduanera, así como conocía a fondo y con todo detalle el funcionamiento de la Administración española. Como sabe, hacía leer a Schmoller a todos sus discípulos. Con el fin de comprender la amplitud de la influencia del historicismo alemán le diré que la primera vez que hablé con Francesc Cambó –con quien después había de colaborar– me preguntó qué había leído, y al nombrarle Marshall y Keynes, me recomendó la lectura de Wagner –autor que conocía muy bien– y de Schmoller. Los dos catalanes que en la década de los años treinta sabían más economía eran Raventós y Tallada: estaban en la misma línea y ambos sentían una devoción personal por Flores de Lemus. Tallada también conocía a Keynes, pero me recomendó la lectura de Bücher y Sombart. En la obra de Raventós, un hombre de una gran valía, se hace patente la admiración que sentía por Knapp. En realidad, sus artículos en la “Revista de Catalunya” sobre la historia monetaria española no son sino un intento de aplicación de las tesis de Knapp.
Al margen del grupo Flores solo estaba Ballesteros, que había estudiado en Cambridge, donde fue discípulo de Marshall. No pudo ser catedrático, pues nunca le dejaron levantar cabeza. Se retiró finalmente de la economía, y el hecho de llegar a ser Magistrado del Tribunal Supremo es una prueba más de su valía. Su Tratado de Hacienda, del que solo apareció el primer volumen, es muy superior al de Francisco Bernis, que mantuvo relaciones dispares con el grupo Flores de Lemus y naturalmente al de Piernas y Hurtado, que fue, vale la pena no olvidarlo, texto generalizado en las universidades hasta la guerra civil. Este es un ejemplo de cómo era difícil subsistir en un ambiente tan marcadamente historicista, si uno pertenecía a cualquier otra tendencia. Un cambio de este estado de cosas se produjo alrededor de 1930. La influencia alemana fue siendo substituida por la inglesa.
La fecha exacta del cambio podría ser 1932, cuando Flores envió a Tejero a Inglaterra, aunque también envió el mismo año a Prados Arrarte a Alemania. Una tradición de muchos años había quedado en todo caso rota; se abría un camino que no pararía de ampliarse. Después de la guerra civil vinieron unos años difíciles, Flores de Lemus, Viñuales, Rodríguez-Mata y Tejero quedaron apartados de la cátedra. La dificultad para obtener libros extranjeros era casi insalvable. El estricto control de cambios nos impidió conocer la evolución de la ciencia económica desde la Teoría General. Cuando Joan Sardà se presentó a oposiciones el año 1942 estaba por este hecho desconectado de la última bibliografía. En Madrid la situación, aunque no muy buena, era mejor que en Barcelona. Las dificultades fueron tremendas. Piense que hasta 1943 o 1944 fue prohibida la palabra inflación, y que no había ni trabajos de economía ni tampoco economistas. Hasta 1944 no entré en la Universidad con Jaume Algarra, donde ya me quedaría.
Francesc Cambó
La economía puede ser estudiada desde un punto de vista intelectual o desde un punto de vista moral. Según este último, el aliciente existe en el deseo de querer mejorar las cosas. Si hubiera cien hombres que han dejado de sufrir hambre a causa de un trabajo mío, me daría por satisfecho. El tipo de hombre en la torre de marfil, lo encuentro ridículo, aun sabiendo que a veces la idea mas abstracta puede ser la más práctica. Es por este deseo normal de influir –una influencia seguramente recibida de los jesuitas– que, por ejemplo, estoy muy contento de mis artículos en “La Vanguardia”. Con todo, la obra mía de la que estoy más satisfecho es la Historia de las doctrinas económicas, en realidad sobre todo de la que habría querido escribir, pero creo que la ciencia económica es una ciencia pragmática. La actitud de un hombre como Edgeworth –que, por cierto, era hijo de una catalana llamada Eroles y supongo que de padre carlista exiliado– es la contraria a la mía, como lo era de Marshall. Yo en realidad soy de esa generación que no hemos podido realizar nuestra labor como asesores de los políticos, a la cual estábamos destinados y atraídos.
Nuestra conversación se ha alargado en una tarde de invierno madrileña en su despacho del Servicio de Estudios del Banco Urquijo. No ha sido una conversación lineal. Hemos comentado desde la economía del Baix Ebre –ya hemos dicho que el es hijo de Sant Carles de la Ràpita– hasta su labor pedagógica en la Universidad de Valladolid. Otros temas de conversación quedaron abiertos. Romà i Rossell, Figuerola, Flórez Estrada fueron nombres que me permitieron conocer sus opiniones sobre la historia del pensamiento económico, si bien, además, hablamos también de Maragall, de Pla, de Fuster y de Raimon.
por Joan-Josep Isern. Serra d’Or, núm. 374, 1991
Contemplado desde la autopista, el Delta del Ebro es una invitación muda a que el viajero se olvide de la velocidad y se pierda por el entramado de carreteras que surca la piel de este triángulo de tierra liso como la palma de la mano. Todo esto, por supuesto, siempre que el día tenga la visibilidad suficiente. No como hoy, que la mañana se presenta nublada y ocupan el horizonte grandes masas de nubes de aspecto poco tranquilizador.
En su casa de verano de Sant Carles de la Ràpita, nos espera la persona que motiva el viaje: Lluc Beltran, un economista catalán afincado en Madrid desde hace años. En su juventud Beltran perteneció al circulo de colaboradores de Francesc Cambó y hacia los años sesenta fue uno de los inspiradores del Plan de Desarrollo Económico.
“Vivo en una urbanización de las afueras. Pregunte a cualquiera, que le guiará”, me había dicho por teléfono días atrás. Y, ciertamente, su nombre es suficiente [conocido] para que todo el mundo nos indique el camino hasta la casa. Hace bochorno y no corre ni una pizca de aire cuando entramos en el jardín del chalet. Nos acompaña hacia el porche de detrás, un rincón tranquilo con vista directa sobre el puerto. Nos sentamos y abrimos unas cervezas. Lluc Beltran –casi ochenta años de una vida extensa e intensa– tiene un aspecto afable y extraordinariamente jovial que invita a la tertulia sin prisas. Por este motivo, precisamente, estamos aquí.
He leído en algunos lugares que es de Alcanar y en otros –la Gran Enciclopèdia Catalana, por ejemplo– que nació en Sant Carles de la Ràpita. Podríamos empezar aclarando este punto.
Sí, hay una cierta confusión. Yo nací en el 1911 en Alcanar y de ahí proviene toda la rama familiar de mi padre, que era médico. En el siglo XIV ya se encuentran referencias de antepasados nuestros en documentos notariales. Mi madre, en cambio, era de aquí, de la Ràpita, que es un pueblo de origen mucho mas reciente, ya que fue fundado en tiempos de Carlos III, cuando los técnicos consideraron que el delta podía ser cultivable. Lo que pasa –y a lo mejor proviene de aquí la confusión– es que cuando yo tenía dos años la familia se trasladó a vivir a la Ràpita.
Yo me siento de Alcanar, por supuesto, y así lo manifesté hace siete años cuando el alcalde del pueblo me pidió que hiciera el pregón de la fiesta Mayor, pero también me siento de la Ràpita porque no puedo olvidar que aquí tengo muchos lazos: es aquí donde me crie, donde hice los primeros amigos, donde me casé y donde vuelvo siempre que puedo. Como ahora, que estoy de vacaciones. De hecho, es un caso similar al de [el escritor] Sebastián Juan Arbó, con quien me unía una gran amistad. Arbó nació en la Ràpita, pero al cabo de poco tiempo se trasladó a Amposta. Debido a este hecho todos lo relacionaban con esta población.
De todos modos no estuvo mucho tiempo en Sant Carles de la Ràpita.
Solo los años de la escuela primaria, porque hice el ingreso de bachillerato en Benicarló, los cuatro primeros cursos estuve interno en los jesuitas de Valencia, y cuando tenía quince años mis padres vieron que si querían dar carrera a los hijos -éramos cinco hermanos, todos chicos – nos habíamos de trasladar a Barcelona. Y así lo hicimos.
¿Cómo era entonces la vida en Barcelona?
Es un fenómeno sociológico curioso, sobre todo si lo contemplamos hoy, que pasa a la inversa, pero le aseguro que la vida en Barcelona era mucho más agradable que en los pueblos. Como dice Sempronio en su libro, Barcelona era una fiesta. El periodo que va de 1918 a 1936, a pesar de todos los conflictos políticos y sociales, Barcelona era una fiesta permanente, una de las ciudades más agradables del continente. Nosotros vivíamos en el chaflán de la calle Llúria con la de Consell de Cent y teníamos como vecinos a una familia judía que había recorrido medio mundo. Recuerdo como si fuera ahora el día que vinieron a casa para despedirse porque tenían que ir a vivir a Madrid. Era estremecedor ver como esa gente, que había vivido en ciudades como París o Constantinopla, nos decía con lágrimas en los ojos que cuando se ha estado en Barcelona no es posible encontrarse bien en ningún otro sitio.
El aprendizaje de la economía
Estudió la carrera de Derecho, pero enseguida se sintió atraído por la economía. ¿Qué le decantó por ella?
Yo hacía la carrera de Derecho, pero por motivos extraños no me interesó. Digo “motivos extraños” porque años después he tenido que reconocer mis limitaciones como jurista. Se puede decir que me he quedado como aprendiz de jurista. Desde los puntos de vista moral, humanitario e intelectual, la economía me pareció mucho mas interesante que el Derecho por lo que podría significar de respuesta a los problemas de ese mundo al cual empezaba a abrir los ojos. Un mundo que, técnicamente, era capaz de producir grandes cantidades de riqueza, pero en el cual coexistían la miseria más denigrante y la opulencia más escandalosa.
Aunque entonces yo era muy joven, recuerdo que me impresionó mucho el crack del 29 y todas las consecuencias que se derivaron. También me influyó una polémica entre Cambó y Calvo Sotelo que fue recogida en el libro La valoración de la peseta. Cambó no era un economista, digamos, académico, pero tenía mucha experiencia, una gran intuición y sabía asesorarse bien. En la confección de este libro, por ejemplo, lo ayudaron dos hombres muy importantes: Josep Antoni Vandellós, que fue el primero en hablar del fenómeno de la inmigración en Cataluña, y Xavier Ribó, el padre del actual dirigente de Iniciativa por Cataluña [y después Síndic de Greuges, n. del e.], que era el secretario particular de Cambó.
El año 1931 obtuvo una beca para ir a estudiar durante un curso en la London School of Economics. Esto hace que sea uno de los primeros catalanes, sino el primero, que pasó por las aulas de aquella prestigiosa institución.
El primero no, porque unos años antes ya había ido Ribó. Yo tuve la suerte de haber estado en contacto con grandes maestros que me suscitaron la vocación por el estudio de los fenómenos económicos. Y por encima de todos quizás pondría a Josep Maria Tallada, un gran economista que, además, era diputado por la Liga en el Parlamento de Cataluña. El fue quien, de hecho, me animó a ir a Londres.
Tallada era de Tortosa. Lo recuerdo como un hombre de talento y con una gran intuición política. Vio mejor que nadie las elecciones del 36. Esas elecciones, la Liga no las preparó bien. Había un elemento muy importante que eran los presos, y la Liga se desentendió. No hemos de olvidar que los catalanes somos gente sentimental y desde el primer momento Tallada dijo que se había de apoyar la propuesta de amnistía que otros partidos propugnaban. Los dirigentes de la Liga no lo vieron claro y solo tres días antes de las elecciones se dieron cuenta del error y acabaron dando apoyo a lo que decía Tallada. Pero ya era demasiado tarde.
Las dificultades para tener una banca catalana
Si repasamos su bibliografía nos encontramos con títulos tan importantes como Historia de las doctrinas económicas, Manual de Hacienda Pública española y, sobre todo, una obra que escribió junto a Joan Sardà: Los problemas de la banca catalana. Este fue un libro oportuno, ya que salió muy poco tiempo después de la quiebra del Banc de Catalunya.
El libro fue una iniciativa de Vandellós, que hizo el prólogo, y salió el año 1933, es decir, poco después del affaire del Banc de Catalunya, que tuvo lugar en julio del 31. Sardà y yo intentamos hacer una reflexión sobre por qué en Cataluña, donde se habían emprendido instituciones importantes para vertebrar el país, no éramos capaces de tener bancos propios. Por cierto, con referencia a este libro hay un detalle que muy poca gente conoce: la corrección, la hizo Pompeu Fabra personalmente, y recuerdo que nos cambió sistemáticamente la palabra “saldo” –que luego ha sido admitido– por “ròssec”.
¿Cuáles fueron, a su juicio, las causas de la quiebra del Banc de Catalunya?
Hay opiniones para todos los gustos. Se atribuyó a la retirada de las cuentas de CAMPSA por parte de Indalecio Prieto, que era el Ministro de Finanzas. También había quien defendía la tesis de que el Banco era una rémora de los tiempos de la Dictadura y que la República quiso deshacerse. Quizás las dos opiniones son acertadas, pero yo más bien me inclino a pensar que la caída del Banc de Catalunya fue una consecuencia más de la gran depresión del 29. Piense que en esa misma época hubo en todas partes quiebras de bancos que sacudieron no solamente la economía sino también la política internacional. Fíjese, sino, lo que comenzó a pasar a raíz de todo esto en los países centroeuropeos.
A primera vista parece una paradoja difícil de explicar. Sobre todo, si tenemos en cuenta la fama que tenemos los catalanes de ser gente que sabe ganar dinero. La clave del enigma me parece que está en el hecho de que no tenemos vocación para la ciencia económica. Si hiciéramos una lista de economistas notables de los últimos cien años, veríamos que hay muchos menos catalanes que castellanos. Nos pasa como a los judíos. Son gente con un don innato para los asuntos de dinero, pero en cambio si repasamos la historia nos encontramos solo con tres o cuatro nombres de economistas judíos de auténtica talla.
Si los catalanes no somos buenos banqueros, me parece que hemos de buscar la explicación en nuestro carácter individualista. A parte de talento, que no nos falta, para hacer un banco –y, sobre todo, para llevarlo adelante– hace falta espíritu de colaboración y mucha disciplina.
Maragall y Cambó: dos puntos de referencia
Ha dicho a menudo que en su vida hay dos personajes capitales: Maragall y Cambó. El primero murió cuando tenía justo ocho meses. Con Cambó, en cambio, trabajó bastantes años. Me gustaría que me hablara de su relación con estos dos personajes.
De Maragall no le puedo decir nada más que lo leo desde que tenía diez años y no me cansa nunca. Me parece que con esto hay suficiente para demostrar la admiración y el respeto que me merece su obra. Maragall es un punto de referencia imprescindible para comprender Cataluña. Como Cambó, por supuesto, al que pude conocer de muy cerca. Cuando se lee la correspondencia entre estos dos hombres se detecta de forma clara la devoción que Cambó sentía por Maragall.
Maragall es uno de los grandes constructores del pensamiento, de la sensibilidad y de la moral de Cataluña. Por ahora su legado no se ha podido superar. Ha habido unos cuantos nombres que han querido coger su antorcha, pero no ha habido nadie capaz de llevarla tan encendida y tan arriba. Estoy convencido que si Maragall no hubiera muerto en 1911, la historia de Cataluña hubiera sido muy distinta de como la conocemos.
El año 1934 entró en contacto con Cambó. ¿Cómo se produjo el encuentro?
Fue por medio de Ribó, que, como ya he dicho, era su secretario particular. Mi trabajo era asesorar a Cambó en los asuntos económicos. Tenía que estar al corriente de lo que se publicaba en periódicos, revistas y libros de aquí y de fuera y pasarle informes sobre todo lo que me pedía. Siempre, repito, circunscrito a el ámbito económico. Y ya que hablamos de Cambó, permítame que aproveche la ocasión para aclarar una cosa que he visto escrita en algunos lugares y que es inexacta: yo no era quien le escribía los discursos. Los hacía íntegramente él. Lo que pasaba era que, cuando tenía que hablar sobre algún hecho en concreto, me pedía que le hiciera un resumen de lo que había encontrado en mis lecturas y siempre, además, me pedía mi opinión personal.
A lo mejor el origen de este malentendido esté en una anécdota de Duran i Ventosa, que era un hombre que no me tenía una excesiva simpatía. En cierta ocasión asistió a una conferencia que yo daba y cuando, días después, Cambó le preguntó que había dicho, le respondió: “Nada nuevo. Lo mismo que dices tú”. Entonces Cambó le contestó: “Más bien soy yo quien dice lo mismo que Beltran, porque es él quien me ayuda a preparar los discursos”. Esto, como comprenderá, es un acto de mucha generosidad por parte de Cambó, que ilustra su forma de ser pero que es exagerado del todo.
¿Cree que la historia ha hecho justicia a Cambó?
No. En absoluto. Cambó fue un hombre mucho más importante de lo que se puede desprender de la imagen que nos ha llegado. Cometió errores, por supuesto, pero fíjese en un detalle: nadie lo ha condenado explícitamente. Es cierto que los políticos de ahora no son discípulos suyos, pero siempre que hablan de él –cuando hablan, cosa que no pasa muy a menudo– lo hacen con respeto y consideración. Se podría decir que la figura de Cambó está guardada en un armario, y espero y deseo que no sea por mucho tiempo.
Los contactos secretos Cambó – Tarradellas
¿Es cierto que durante la guerra fue testigo de unos contactos entre Cambó, que entonces estaba en el extranjero, y Tarradellas?
Empecé a trabajar con Cambó el año 34 y continuamos relacionándonos durante la guerra civil y después, cuando él ya estaba fuera. La relación entre Cambó y Tarradellas es un asunto que he mantenido en secreto hasta hace cuatro o cinco años, y que después he explicado muy pocas veces. Los primeros días de la guerra, la Generalitat incautó la Fundación Bernat Metge, que había fundado Cambó en el año 1923. Yo sospecho que esta medida más bien le gustó, porque no podemos olvidar que, al menos durante aquellos primeros meses, la guerra fue la sucesión de actos de anarquía y de destrucción por el puro placer de destruir.
Carles Riba fue nombrado comisario de la Fundación y me consta que visitaba con cierta frecuencia a Cambó en el extranjero. Eran, no hace falta decirlo, unas visitas secretas y oficiosas, aunque tenían el consentimiento del gobierno de la Generalitat. Por otra parte, Cambó sabía que Tarradellas, que por aquel entonces era el consejero de Finanzas, era una persona sensata y con una gran sensibilidad para la economía.
Por eso una de las veces que Riba le fue a ver le pidió que hiciera llegar a Tarradellas la sugerencia de que la Generalitat le confiscara el archivo económico -una gran cantidad de libros y papeles personales– que se conservaba en el edificio de Foment del Treball Nacional, en la Via Laietana, y que en aquellos momentos estaba ocupado por la FAI. También le propuso que la persona que se hiciera cargo del archivo fuera yo.
Con esta petición Cambó intentaba tres cosas: primero, evitar que su archivo se perdiera o fuera destruido; segundo, protegerme a mi y, en tercer lugar (y esto es una especulación mía), sospecho que Cambó, como todos los buenos políticos, siempre procuraba ir más allá en sus decisiones y en el fondo lo que pretendía era establecer un puente de unión con Tarradellas de cara a lo que pudiera pasar en el futuro.
¿Cuál fue la reacción de Tarradellas?
Enseguida me llamó para hacerme saber que desde aquel momento me incorporaba al servicio de estudios de su consejería. Allí empezó una amistad que se ha mantenido a lo largo de los años, y más allá de las vicisitudes históricas, hasta su muerte. En cuanto al archivo, la única condición que Tarradellas puso fue que Cambó se lo pidiera por escrito, cosa a la que, como era previsible, Cambó se negó porque tenía compromisos con el otro bando y, por tanto, una decisión como esta, si se hubiera sabido, habría sido mal interpretada por todos. Le dijo a Riba: “Yo, esto, se lo pido a Tarradellas como un favor personal, sin papeles de por medio. Si me lo concede, espero tener a lo largo de la vida oportunidad de corresponderle.” El archivo, por lo tanto, no fue confiscado, pero hay que decir que al final de la guerra se pudo recuperar.
¿Dónde vivía en aquella época Cambó?
Variaba mucho de residencia, pero básicamente se movía entre una casa que tenía en Montreux, Suiza, y otra que tenía cerca de Trieste.
Las memorias de Tarradellas
¿Mantuvo contacto con Tarradellas durante su exilio?
Tarradellas siempre me trató con un afecto y una cordialidad muy grandes, que yo interpreto como una deferencia al recuerdo de Cambó. Sin embargo, después de la guerra y durante su exilio no tuvimos ningún contacto. Es decir, que no me encontrará en la lista de peregrinos a Saint-Martin-le-Beau.
Pero en junio de 1977 me pasó una cosa muy curiosa. Era el día siguiente del día que fue a Madrid para entrevistarse por primera vez con el presidente Suárez. Me lo encontré en una mesa en el restaurante al lado de mi casa, acompañado de Frederic Rahola, Manuel Ortínez y sus respectivas mujeres. Aquella noche Tarradellas había dormido en casa de los Ortínez, que viven muy cerca de donde vivo yo. Pasé por el lado suyo y, primero, no me atreví a decirle nada. Pero al cabo de un rato me lo repensé y lo saludé. “Seguramente no se acordará de mi”, le dije.
Y él, con aquella enorme humanidad que tenía, se levantó y, sin vacilar un momento, me dijo: “¡Y tanto que me acuerdo, Beltran! Y después girándose hacia los otros que le acompañaban, les dijo: “A este hombre, lo conozco desde que era así de pequeño”. Después cuando fue presidente de la Generalitat provisional, lo volví a ver y mantuvimos la amistad hasta su muerte.
Es miembro del Patronato de la Fundación Josep Tarradellas.
Sí. Desde hace quince años tengo la costumbre de pasar cada verano una semana en Poblet. Me siento muy relacionado espiritualmente y para mí es como ir a recargar las baterías. Cuando supe que se me había nombrado miembro del Patronato, pregunté al padre abad de dónde venía la sugerencia de mi nombre. “Os propuse yo –me dijo-, pero os aseguro que el señor Tarradellas acogió la propuesta con gran entusiasmo.” O sea que aquí donde me ve soy uno de los guardianes del legado histórico y documental del president Tarradellas.
Sobre los documentos de Tarradellas me gustaría saber dos cosas. Primero, si tiene noticia de cuándo se publicarán sus memorias, y, segundo, qué opinión le merecen los libros que sobre este tema se han publicado hasta ahora.
La decisión sobre la publicación del fondo documental está en manos de la viuda y, por tanto, lo que hemos de hacer es esperar y respetar su voluntad. En cuanto a los libros de memorias –o, más bien dicho, de pseudo-memorias– publicados hasta ahora, yo me inclino a pensar que, como mínimo, son interesados y partidistas. Concretamente me refiero a los ataques contra Jordi Pujol. No hace falta ser muy sagaz para ver que Tarradellas y Pujol no se profesaban una estima excesiva. Ahora bien, me parece que detrás de estos libros se nota demasiado la mano de quienes lo rodeaban los últimos tiempos, socialistas la mayoría, y sinceramente creo que hacen un flaco favor a la imagen histórica de Tarradellas.
El Banco Urquijo y el Plan de Desarrollo
En el año 1953 entra a trabajar de asesor del Banco Urquijo, uno de los puntos de referencia inevitables siempre que se habla de la trayectoria de las primeras espadas de la economía española de aquella época.
Sí, pero antes de ir a Madrid estuve unos años como encargado de la cátedra de Economía Política y Hacienda Pública de la Facultad de Derecho de [la U. de] Barcelona. Allí conocí a Trias Fargas, que terminaba de llegar de Colombia y me pidió trabajar en la cátedra. Recuerdo que al final de nuestra primera conversación, cuando yo ya había aceptado su ofrecimiento, me confesó que era hijo de un exiliado y que él no era partidario de Franco. “Aún me gusta más” le dije.
Yo no he escondido nunca mis simpatías por el franquismo, ahora bien, desde el primer momento me declaré partidario de una evolución pacífica del régimen hacia niveles de libertad y de bienestar para todos y, al mismo tiempo, de la integración de todos los que habían tenido que marcharse. El Banco Urquijo, en este aspecto, fue ejemplar, porque allí se juntó gente de todas las tendencias políticas. Cuando alguien se incorporaba no se miraba su filiación, sino su competencia, qué podía aportar. Nada más.
En el servicio de estudios del Banco Urquijo entra en contacto con López Rodó.
El año 1966 López Rodó se dirigió al Banco Urquijo para que redactara un plan de desarrollo de la economía española de aquel momento, y yo fui el encargado de hacerlo. López Rodó se mostró entusiasmado con mi trabajo y me llamó a su lado para que le ayudara a ponerlo en práctica. Estos fueron probablemente los tres años mas esplendorosos de mi vida, porque yo, que siempre he hecho de profesor, en realidad nací con el deseo de ser político. No hace falta decir que no me arrepiento de nada de lo que he hecho y que la docencia me ha dado grandes satisfacciones. Por lo tanto, no diré que he fracasado, pero sí que en mi vida ha habido una desviación de objetivos.
Cuando López Rodó me ofreció la secretaría general técnica del Plan, mi primera reacción fue de rechazo. “Mire –le dije-, cuando me fui a estudiar a Londres lo hice pensando que algún día sería ministro de Hacienda. Sin embargo, a la hora de la verdad, tengo cincuenta y cinco años y no he sido ni concejal de Ayuntamiento. Me parece que ya he hecho tarde.” Entonces López Rodó, que es un hombre muy inteligente, me dijo que tenía toda la razón, pero que si yo tenía intención de ser un buen economista era imprescindible que conociera el sector público desde dentro, porque con lo que explican los libros no hay suficiente. Esto me convenció.
Visto con la perspectiva de casi un cuarto de siglo, ¿cómo valora el Plan de Desarrollo?
Fue muy importante porque significó el final del periodo autárquico y la entrada –con muchas limitaciones, por supuesto– a un concepto liberal de la gestión del sector público. Yo he sido siempre un economista liberal y el Plan se inspiraba en esta ideología. El franquismo, en cambio, era intervencionismo, era la puerta cerrada a todo lo que fuera progreso. Hacía falta tener las ideas claras y actuar con mucho tacto y me parece que nos salió muy bien.
Se suprimieron obstáculos al comercio exterior y se estableció un cambio único para la peseta. Esto ahora puede parecer ciencia-ficción, pero hasta aquel momento la peseta tenía un valor diferente para cada operación. Un valor que dependía de factores totalmente aleatorios y a menudo relacionados con las influencias que se tuvieran dentro del ministerio. Con la fijación de un cambio único conseguimos que los empresarios dejasen de buscar contactos en los despachos ministeriales y se preocuparan por lo que hacía falta de verdad: la modernización de las empresas. También se frenó bastante la inflación y, sobre todo, se creó en todo el país un clima muy favorable al Plan. Recuerdo haber leído en la carta de postres de un restaurante de Barcelona “el mejor flan de desarrollo”. Es solo una anécdota, pero me parece muy significativa.
¿Qué fue, en su opinión, lo que decidió a Franco a dar luz verde al Plan?
Es muy difícil saberlo, pero yo creo que una buena parte se debe a Joan Sardà. A finales de los cincuenta, él era catedrático pero quiso cambiar de aires y se fue a Venezuela. Allí entró en contacto con los organismos económicos internacionales y vio que los obstáculos a la integración de España no eran insalvables y que hacía falta un cambio de rumbo. Se cuenta que envió una carta al ministro de Hacienda de la época aconsejándole que, a la vista de la situación de la peseta, fuera preparando las cartillas de racionamiento porque el país no podría mantener aquel ritmo sin adoptar medidas drásticas. Esto llegó a oídos de Franco y se ve que aquel posible retorno a la situación de veinte años atrás le dio mucho miedo. Pero como era un hombre muy cauto, y Sardà era de tradición familiar de izquierdas, pidió consejo a Ullastres y a Mariano Navarro Rubio, que habían sido oficiales del ejército. Afortunadamente coincidieron con el diagnóstico de Sardà, y el Plan se pudo llevar adelante.
Proceso económico e ilegalidad
¿En qué situación económica nos dejó el franquismo y cómo cree que estamos ahora?
Desde 1943 la economía española ha ido evolucionando. Poco a poco durante los primeros años, ms deprisa después, pero en general la tónica ha sido siempre ascendiente. Con el Plan de Desarrollo se dio un salto cualitativo muy importante; durante el gobierno de la UCD, con los pactos de la Moncloa, también; y ahora mismo, con los socialistas, el progreso ha sido enorme. Esto a lo mejor es menos visible en las grandes ciudades, pero en los pueblos se nota muchísimo. Familias necesitadas, de aquellas a las cuales hace menos de diez años se les distribuía las ofrendas de fruta de la Fiesta Mayor, ya no quedan. Ni aquí en la Ràpita, ni en Alcanar, ni en Tortosa.
¿Qué precio hemos tenido que pagar? ¿Cuál es el lado oscuro de todo esto? Pues que una buena parte de este progreso se ha realizado al margen de la ley. Los jubilados trabajan, por todos lados hay actividades de economía sumergida, el paro no se respeta y las leyes fiscales no se cumplen. Esto crea una nueva moral y, porque no decirlo, también una nueva picaresca. Le pondré un ejemplo: en Madrid, donde aún se ven mendigos, si necesita un hombre para descargar un camión, no lo encuentra.
A parte de la dimensión intelectual y política, ¿cree que existe una dimensión moral de la economía?
Indiscutiblemente. Cada año el primer día de clase explico a los alumnos una anécdota que hace referencia a Alfred Marshall, uno de los economistas mas importantes que ha habido nunca. Delante de la mesa de trabajo tenía un cuadro que representaba un mendigo en una postura de total abatimiento. “Este es mi santo patrón”, decía. Cuando sus estudios lo llevaban por derroteros demasiado teóricos, paraba un momento, miraba aquel retrato y decía: “Todo esto está muy bien, pero no he de olvidar que mi misión es hacer de este hombre un ciudadano de la Nueva Jerusalén”. Esto impresiona mucho a los alumnos que empiezan. Lo tengo comprobado.
Usted vive en Madrid desde hace bastantes años. ¿Cómo se ve desde el centro la vida política catalana?
Tarradellas, sobre todo en los primeros tiempos, adquirió un gran prestigio. Yo he oído decir a gente muy importante de Madrid que Tarradellas habría sido un buen jefe de gobierno de España. Con Pujol se da el hecho curioso que el periódico ABC le tiene un afecto y una simpatía extraordinarios. En cambio, la operación Roca –y él tiene un gran prestigio como parlamentario– fue un desastre que, además, ya se veía venir mucho antes de las elecciones. Maragall, con los Juegos Olímpicos, también es bastante conocido…Pero desde Madrid las cosas de la política catalana se ven un poco lejos.
En cuanto al grado de comprensión de nuestra forma de ser, me parece que hay dos cosas que los castellanos tendrían que aceptar y que les cuesta mucho: primero, que el catalán es la lengua propia de Cataluña y, en segundo lugar, que un catalán pueda ir por el mundo pregonando precisamente esto: que es catalán.
Acabo ya. Aunque está jubilado, me consta que no para ni un momento. ¿Qué hace actualmente?
De todo un poco. Doy clases en el CEU (Centro de Estudios Universitarios), organizo conferencias y cursos en la Cámara de Comercio de Madrid, escribo artículos…En cuanto a esta última faceta, en el año 1976 gané la primera edición del premio de periodismo “Manuel Aznar” con un artículo que había aparecido en “La Vanguardia” con motivo del centenario del nacimiento de Cambó, titulado “Ocho [seis] nombres para una visión de Cataluña”. Tengo un aprecio especial por este galardón, porque es un doble homenaje: a Aznar, que había sido un gran amigo mío, y a Cambó.
Es la una y media del mediodía. Como una exhalación han pasado tres horas desde que hemos empezado la entrevista. Guardo la grabadora, pero esto no es óbice para que la conversación de Lluc Beltran continúe sin perder interés. Me habla de alumnos suyos y salen los nombres de Fabià Estapé, Joan Reventós, Juan Goytisolo, Alberto Oliart y Jaime Gil de Biedma. También habla de Ernest Lluch, que el año 1965 le hizo una entrevista para “Serra d’Or”. Un tema nos lleva a otro. Hablamos de libros y se declara admirador de Jane Austen desde sus tiempos de Londres. Me pregunta si se ha editado alguna cosa en catalán. Le digo que Proa publicó hace tiempo Orgullo y prejuicio y que Columna acaba de editar Mansfield Park y me comenta que los encargará a la librería del pueblo. Comentamos el Premio Nobel de Cela y mientras nos acompaña hasta la puerta dice: “Sería tan importante que un catalán obtuviera el Nobel…” Ya en la calle, camino del coche, contemplo los Alfaques y la línea de niebla que medio cubre el delta. El día continúa nublado, pero estoy seguro que no puedo pedir más. Difícilmente lo podía haber aprovechado mejor.
Publicadas originalmente en Serra d’Or
Reproducidas en Club Tocqueville
Traducción del catalán Ingrid Virgili