Definiendo el liberalismo

En el reino animal, la regla es comer o ser comido; en el humano, definir o ser definido. La redefinición del término liberal por quienes desean “salvarle” se traduce siempre en lo mismo: legitimar la expansión del Estado.

No en vano, para uno de los héroes del nuevo liberalismo, John Dewey, la mejor expresión de un individualismo acorde a los tiempos era crear “un comité en donde los capitanes de la industria y de las finanzas se reuniesen con los representantes de los trabajadores y con los funcionarios para planear la regulación de la economía”. Este planteamiento corporativista es muy similar al del fascismo y, por supuesto, excluye por iliberales a los defensores de la economía de mercado y de la propiedad privada. Pero ahí no termina la historia.

 

La caricatura del individualismo liberal, un hombre asocial y autosuficiente es falsa. Los hombres están predispuestos a estar en sociedad por inclinación, por habito y por necesidad. Sus potencialidades sólo pueden desarrollarse plenamente en cooperación con los demás. Ahora bien, el liberalismo rechaza una sociedad jerárquica y cerrada que asigna papeles inmutables a sus miembros y les impide entrar o salir de los grupos en los que han nacido o en los que han estado dispuestos a pertenecer hasta un momento determinado. Los liberales no preconizan la atomización del orden social, pero rechazan que el valor intrínseco del ser humano se derive de su pertenencia o de los servicios prestados a un determinado colectivo o a la sociedad.

‘De ahí, su insistencia en los peligros de un exceso de intervención del Estado; creen que no todos los aspectos de la vida han de ser regulados desde arriba y sienten una justificada desconfianza ante la propensión de quienes ostentan el poder a abusar de él’

Lorenzo Bernaldo de Quirós
Loenzo Bernaldo de Quirós, Vicepresidente del IvMB.
 
La idea del contrato social no es una característica esencial del liberalismo. Hume y Smith, por ejemplo, negaron que cualquier sociedad se haya formado de ese modo. No cabe explicar en términos liberales el contrato social de Rousseau, una de las bases de la democracia totalitaria ni el de Rawls, uno de los fundamentos del consenso socialdemócrata. Dicho esto, el contractualismo liberal nunca ha tenido carácter descriptivo, sino normativo; a saber, un acuerdo voluntario entre iguales es la única fuente legítima del poder de unos individuos sobre otros. De este modo intenta forzar a los defensores de regímenes autoritarios o despóticos a explicar en qué basan sus pretensiones de romper el criterio de igual libertad e igualdad ante la ley de todos los seres humanos.
El pluralismo liberal se abre camino pese a la izquierda identitaria y la derecha iliberal.  
 
El liberalismo no conculca la noción de autoridad; no es anarquista. De hecho, es el fundador del Estado moderno. Su objetivo es dibujar un marco institucional garante de la ley, de la paz civil y, por tanto, del orden. Sin el monopolio de la violencia en manos de una organización estatal, los fuertes oprimirían a los débiles, los derechos individuales serían atropellados. Evitar esto requiere una autoridad, pero desprovista de poderes ilimitados. De ahí, su insistencia en los peligros de un exceso de intervención del Estado; creen que no todos los aspectos de la vida han de ser regulados desde arriba y sienten una justificada desconfianza ante la propensión de quienes ostentan el poder a abusar de él.

El liberalismo no es la antítesis del bien común ni el egoísmo está en su ADN. La Gran Sociedad descrita por el pensamiento liberal se basa en la cooperación voluntaria de los individuos dentro de unas reglas generales tendentes a facilitar la convivencia pacífica y constructiva. Esto es algo muy distinto a atribuir al Estado el monopolio de la verdad y, con él, la facultad de imponer a las personas un patrón forzado del “bien común”.

 

De igual modo, el liberalismo no desprecia la virtud, pero no ofrece un catecismo ético monista a diferencia de la izquierda identitaria y la derecha iliberal. Los valores morales son necesarios para el buen funcionamiento del orden social, pero no corresponde al gobierno imponer los suyos a los demás. Los liberales tampoco consideran que la libertad es el principio y fin exclusivo de la vida humana. Es, como diría Lord Acton, el más alto fin político, pero no el fin del hombre per se. El liberalismo es ante todo una filosofía de lo público, confinada a determinar hasta dónde es legítimo usar la violencia en una sociedad. Los ejemplos de caricaturas del liberalismo podrían ampliarse, pero no parece preciso.

El liberalismo tiene un profundo respeto por la complejidad y fragilidad del orden social. De ahí su defensa de un Gobierno limitado, de un capitalismo dinámico y competitivo y del principio de igual libertad ante la ley. Ese marco institucional es inclusivo porque es el único que permite conciliar el pluralismo propio de una sociedad abierta y de una democracia liberal con un permanente proceso de ensayo-error capaz de responder a los desafíos de la posmodernidad y dar solución a los problemas planteados por ella. Detrás de las invocaciones a un nuevo liberalismo sólo hay humo teórico no respaldado por evidencia empírica alguna, sino por una realidad virtual aceptada con entusiasmo o resignación y convertida en dogmas impermeables a la crítica racional.

 

Lorenzo Bernaldo de Quirós

Vicepresidente del IvMB

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